Ponferrada, que está en León, siempre me pareció un municipio gallego. Tiene nombre gallego, no me pregunten por qué, igual que Nagüeles, que parece asturiano, está en la Málaga más pija. En León conviven nombres que suenan a gallego con otros como Astorga o Cubillas de los Oteros, que rebosan castellanidad vieja, así como de españoles de bien que siguen pensando que El Cid era un patriota y no un mercenario. También Bembibre o Benavides, que nos recuerdan que somos hijos de una hermosa tradición de culturas contaminándose entre sí.

Pero volviendo al Cid: es gracioso cómo la línea entre lo españolazo y lo mercenario se difumina hasta lograr un degradado, no me digan que no está bien traída aquí la polisemia. También es gracioso (no) cómo esta facción supura testosterona por todos los poros de la piel de toro. El libertarismo de moda es testosterónico y huele a huevos sudados, aquí y en el resto del mundo. No hay patriota que no esconda dentro de sí un señor hiperventilado con complejos anatómicos dispuesto a vender a su madre por un mendrugo de pan; llámenlo mendrugo, cuscurro, corrusco o bitcoin.

Teníamos un pajarito azul, mutó a equis renegrida y, de repente, aquel lugar comenzó a oler a esas ingles que usan la ducha como usamos la chimenea los que no la tenemos: poniéndola en Netflix. El patriotismo es la válvula de la olla exprés de quienes aúllan «charos» y «feminazis», un postureo braveheartiano de venta en temu, un falangismo de saldillo que seduce, escúchenme bien, a gente con huevos peludos, no a mí, no a la mayoría de las mujeres, no a las mujeres cis ni trans, bollos o heteros, no al colectivo LGTBI, no: a quienes llevan unas cuantas décadas sintiendo que el reino se les vuelve líquido y se les escurre entre los dedos.

Elon Musk, Javier Milei, Alvise Pérez, Nayib Bukele, Donald Trump, Abascal, Orbán. Esos engendros con disfraz de mesías del bazar de la esquina son seductores masivos de mecha corta. Te baten el récord en los 100 metros lisos del odio, pero no los pongas a recorrer los 5000 obstáculos porque les falta equilibrio. Tarde o temprano les sale la actriz porno, el perro del más allá, el lobbismo de escai y, sobre todo, las criptomonedas como epítome de la masculinidad frágil intentando recuperar su trono.

Hitler fue un señor recortaíto y de pelo oscuro que pudo convencer a muchos millones de personas de que había que sublimar la raza aria. Alvise, la versión baratocañí de aquel pintor frustrado, es la prueba viviente de que por las venas de los españoles de bien y de mal corre sangre árabe y, sin embargo, ahí lo tenemos, en una de sus infinitas contradicciones, bramando contra ellos. Es lo que tiene votar con los huevos: no hay más que rencor oculto, más que odio y deseo de destruir todo a martillazos. Son la versión tóxica de los gemelos de las reformas, salvo que aquí, después de cargarse el muro maestro, sueltan la maza, se alejan y se encienden un habano.

A esta manera de «pensar» le sobra testosterona y le faltan cerebro y estrógenos. Si eliminamos la facción júligan de cualquier partido (ayúsers, pedrettes y demás), lo habitual es que un votante entre en desacuerdo con el político al que eligió cuando la caga. No espero de los alvisers una legión de desencantados, pero sospecho que habrá unos cuantos que hayan descubierto, oh sorpresa, que bajo la máscara de Guy Fawkes había una ardilla con los carrillos repletos de moneditas. Escuchen, escuchen el vídeo en el que un atribulado agitador propagandístico con cargo de eurodiputado justifica el acto. Miren, yo monté un partido político y para montarlo pedí perras, las cuales me metí en el bolsillo porque no quiero vivir de la política. Escúchenlo en bucle y traten de entender.

Yo lo he agregado a mi lista de vídeos de humor porque hay que reconocer que como político no, pero como comediante le auguro una prometedora carrera a este Alvise que en realidad se llama Luis y se alió con un Luis que en realidad se llama Álvaro. Alianzas estratégicas, en fin, para dar voz a esos muchachotes sanísimos que aman la estética legionaria, pagan cientos de euros para hacer burpees y cursos de superación en YouTube junto a los nuevos mesías, que abominan de las feminazis y de la educación sexual, que quieren una patria unida y libre de idiomas raros que solo se hablan para que los españoles de bien no les entendamos, que no quieren moros porque hay manadas que agreden a sus mujeres mientras ellos consumen porno violento quizá por eso mismo, porque nadie les explicó que en la cama el sexo se pacta, hijos de padres que no hablan de esas cosas marranas, que quieren un pin parental y una España como la de antes, sea eso lo que sea.

En Ponferrada, esa ciudad de León con nombre gallego, una mujer dijo basta y el mundo entero la condenó en vida. Ganó, pero perdió, mientras su victimario perdió, pero ganó. A veces las victorias son mucho más amargas que las derrotas. En Ponferrada gobierna ese PP de Ismael Álvarez que ha prohibido rodar en sus calles aquella historia, que ha prohibido ningún acto en torno a la película. Ay, la España de antes, donde no había moros agrediendo a nuestras mujeres. Cómo se la echa de menos.