Me divierten las dos maneras de pronunciar Trump en este inglés nuestro. Unos dicen algo más parecido a Tramp; otros, a Tromp. Tramp, Tromp, elijan ustedes.

A menos de dos semanas de que Tramp o Tromp vuelva en forma de tormento a la Casa Blanca o nos lo quitemos de encima para siempre, en Españita continuamos sufriendo (otros disfrutando, según) a la versión incombustible, femenina y baratuna del millonario anaranjado. Aunque me pica la nariz, y cuando me pica la nariz (no consumo sustancias inhaladas, es todo natural) algo va a pasar, estoy segura. Igual solo es alergia a las arizónicas, pero como optimista incorregible, nunca pierdo la esperanza.

¿Cómo deberíamos llamar a la Trump hispana, Trampa o Trompa? Porque los dos apodos le van, según la asociemos a su entorno personal o laboral.

Está la Ayuso Trompa, la deslenguada que habla con la voracidad beoda de su aliado, Mr. Bajón; la que consolidó una presidencia subida a un barril de Mahou, la que puso a Mario Movedizo a mezclar churras con merinas y vermús con campos de golf, ¿se acuerdan? Qué jóvenes éramos. La que se pasa por el centro de su madrileño potorro las muertes de 7.291 personas mayores porque se iban a morir igual, la que se salta las directivas del partido porqueyolovalgo y cita a Sánchez a que declare en la Asamblea porque decidió hace mucho que su política se parece más a El hormiguero que a la gestión de una provincia.

Y luego está la Trampa, la que ha puesto a trabajar a toda una comunidad autónoma para defender a un señor al que a la vez y sin sonrojo tilda de particular; la que se siente mancillada por insultos de políticos que nunca pronunció ningún político, la que llora de mentira las muertes de los que se iban a morir igual. La que coloca una falsedad sobre otra para tapar la mierda de los comisionistas que la quieren y a los que adora, llámenlos Alberto, llámenlos Tomás.

Hoy, después de ducharme y mientras me ponía el desodorante con IVA directo a mis gastos domésticos, pensaba en Alberto. En lo bien que tiene que oler una persona que carga como gasto de empresa el Rexona a pesar de estar podrida por dentro. Y mascullaba: «¿Debí acaso haberme desgravado el violín de mi hija, el bajo, la guitarra eléctrica, el teclado? ¿Y los billetes a Edimburgo de este verano?».

«Eres pobre porque quieres», escuchas decir a los listillos de YouTube, de Tuíter, de Instagram. Entre el ganado ultraliberal que habla de esfuerzo y meritocracia te encuentras, a poco que rasques, a un (hasta hace dos días) técnico sanitario levantándose dos millones de euros en comisiones por venta de mascarillas o a un hermano metiéndose en el bolsillo un cuarto de millón por el mismo concepto, que ya es casualidad. Los famosos pelotazos de los noventa regresaron treinta años después en forma de virus con espículas. Lo llaman meritocracia y no lo es, no lo es.

Ya hay que ser cutre para desgravarse el puto hilo dental cuando te está lloviendo el dinero sin mover el culo. Pienso en cómo encaja esto —desgravarse hilo dental, un desodorante, unas pelotas de pádel— su pareja, a la sazón presunta presidenta de Madrid, a la que se la pela que hoy en su región haya familias alquilando habitaciones porque ni un piso entero se pueden permitir. En este continuo tapar una mentira con la siguiente, a Mrs. Trampa le han saltado las costuras de la desvergüenza, y mientras cita a la pareja de su némesis a una comisión que quedará en nada, como tantas otras cosas, estamos viendo que su churri intentaba meter el coche con el que se desplazaron por Atenas o Zagreb como gasto de empresa.

Espero que el siguiente show con el que lady Trampa o Trompa nos deleitará sea más espectacular si cabe que todos los anteriores; porque podemos olvidar siete mil muertos de más y podemos olvidar millones de euros de sobrecoste en el hangar que iba a asombrar al mundo (más de un 170% de lo presupuestado). Podemos incluso no recordar que desde que estalló la pandemia ha dejado de gobernar Madrid para sembrar el país de odio, o que sacó 104 millones del Servicio Madrileño de Salud para pagar la deuda contraída con Quirón, principal cliente del saxofonista sin halitosis. Que vive en un piso con reformas ilegales y pagado alegalmente, que está dejando morir centros de salud, institutos, colegios. Se nos olvidará que ha recortado el presupuesto de las universidades públicas mientras acoge con los brazos abiertos supuestas universidades privadas que no cumplen los requisitos mínimos de calidad para serlo. Pero una pelota de pádel, un desodorante, un saxofón y un Rolex no se nos van a olvidar nunca. Lo que nos gusta un chisme, señora.