La actualidad nos atiborra de titulares a tal velocidad que conviene, de cuando en cuando, detenerse a pensar en algunas cosas que sucedieron hace poco. Yo hoy les voy a hablar de unas que tuvieron lugar de año y medio a esta parte en un rincón del país. El 28 de mayo de 2023, qué jóvenes éramos entonces, hubo unas elecciones. Hubo muchas, en realidad. Les refresco la memoria: aquellas fueron las autonómicas y, apenas dos meses después, hubo unas generales. Todo se conecta en esta historia, porque la historia es lo que tiene: nos la cuentan como si fueran capítulos autoconclusivos y no, todo hunde sus raíces en acontecimientos del pasado y echa a su vez otras que impactarán en el futuro.

Aquellas elecciones se caracterizaron por la victoria casi abusiva del PP en la mayor parte de los territorios en los que había urnas. Ganaron en Madrid, por supuesto (en Madrid, si no se gana, se le tuerce el brazo al vencedor y se gana también), y esta vez por mayoría absoluta; ganaron en Murcia y en Extremadura y en las Baleares y ganaron también en Aragón y Cantabria y en la Comunidad Valenciana. En València había sed de victoria. Me refiero a victoria como sinónimo de triunfo, no como cerveza, que allí se estila más la estrella. Se ve que habían dejado algún negocio a medio componer, algún aeropuerto del abuelito por construir, alguna sastrería sin pagar, que ocho años son muchos años y se te acumula la plancha.

Como les he recordado, en dos meses iban a ser las elecciones generales, y la abrumadora victoria pepera en realidad no lo fue del todo. En muchos territorios haría falta un pacto con Vox, ese partido ultraespañolista superafavor de que Trump entierre en aranceles a los agricultores patrios. Y Feijóo, ese señor con cara permanente de liebre cuando le dan las largas, hizo un llamado general: «Aguantarce, por dios, que en dos días me examino y si pactáis ya me quiebra el chiringuito». Bueno, lo diría en ese seudogallego que se gasta. Diría «chiringuiño» y cosas así.

Pero vamos a lo mollar, que me lían y así no se puede. A Mazón, excantante de pretensiones eurovisivas, le pudieron las prisas y se reunió con un torero que le tenía puesto a su caballo un nombre de dictador para formar un pacto ya pero ya, que luego lo vas dejando lo vas dejando y esto hay que hacerlo en caliente. Un cantante y un torero: si esto no es glamour, yo ya no sé qué es. Dicen las malas lenguas que este pacto por la vía de urgencia podría haber sido causa del descenso de votos al PP en las generales y, en última instancia, la razón por la que Feijóo no pudo ser presidente. Perdón, no quiso. Que poder, podía.

Aquel pacto se firmó en una servilleta, que es como firman los pactos los machotes: un apretón de manos, un eructo, una firma echada en una servilleta, Manolo, pon dos cañas más y no les eches tanta espuma, que no me voy a afeitar. Lo que les digo, a toda prisa. ¿Por qué esperar a reunirse en un despacho con luz y taquígrafos, como dios manda? Cuando hay urgencia, hay urgencia. Y lo urgente no se pospone, cagondiós. Había que recuperar el ladrillo en la costa, cargarse la Unidad Valenciana de Emergencias, apostar por el castellano en las aulas, regresar a la violencia intrafamiliar. Hay cosas que no esperan.

Las servilletas, emblema de bares, gambas a la plancha, yintónics y terrazas canallitas, tienen un problema: son frágiles. A nada que les caiga no te digo ya un chaparrón, no, un poco de vino, se van a la mierda. A Abascal lo de que llegaran menores no acompañados a según qué sitios le sirvió para marcarse un farol que acabó en tragedia: sus ninis dejaron de cobrar paguitas y tuvieron que volver a sus quehaceres anteriores, fueran estos los que fueran. García Gallardo volvió, seguramente, a pasearse con su casco de moto bajo el brazo. Vicente Barrera quizá tuvo que quitarle el nombre a su caballo para entretenerse buscándole otro. Y así sucesivamente.

Les cuento todo esto para que entiendan que este señor, cuando le pican las prisas, corre como los gamos. Pero ¿correr por una dana? Cuatro gotas, por dios, que la Aemet ya sabemos cómo está, racarraca con el calentamiento y en invierno sigue haciendo frío. Cambió la servilleta del pacto por la de El Ventorro (bonito nombre) y, por cambiar, ha ido cambiando la versión de lo que hizo o dejó de hacer casi cada día. La cuestión es que aquí estamos, con lo aplazable firmado a toda prisa y lo urgente aplazado.

Enfangarse tiene muchos significados. Uno es cubrirse de fango por completo, pero este no aplica al personaje, que llegó a un Cecopi ya de por sí tardío muchas horas tarde y con la suela de los zapatos limpia o, como mucho, con una servilleta pegada. Sigo mirando entradas de «enfangarse» en el DRAE: otra es desprestigiarse. Otra, entregarse con excesivo afán a placeres sensuales. Y otra más, mezclarse en negocios innobles y vergonzosos.

Ya que ni ustedes ni yo vamos a dar rienda suelta a nuestros instintos, porque nosotros sí somos seres civilizados y empáticos, elijan para este ser la definición que más les asquee.