«¿Piensas tener hijos pronto?». Esta frase, desposeída de contexto, no les dirá gran cosa, pero si el de recursos humanos la estampa contra una mujer a la que entrevista para ocupar un puesto de trabajo, todo adquiere un viso casi de terror. Las mujeres, desde que comenzamos a emanciparnos, hemos vivido con esa espada de Damocles sobre nuestras cabezas, así que nunca lo hemos hecho del todo.
Tener hijos, el hecho de poder tenerlos al menos, nuestra capacidad para engendrar vida, ha sido una de las claves para frenar nuestros tímidos intentos de avance. Si los tienes, tú sabrás, pero no podrás subir a la cima profesional; si no los tienes, eres la culpable del envejecimiento de la población, una egoísta que no quiere entregar obreros a España. Y quien dice España dice cualquier parte del mundo en el que se nos ha ocurrido levantar un poco la voz. La maternidad se desvela como un nuevo instrumento supremacista en manos de los hombres.
Son pocas las mujeres que han logrado un puesto directivo. La mayoría de ellas, con un enorme esfuerzo personal, mucho mayor que el sus iguales masculinos. No conozco muchos casos de bajas maternales que aprovechan esa ventana de tiempo y de oportunidad para ponerse en forma; mientras, hay hombres que preparan triatlones en las suyas. Esta España viva esta España muerta nuestra tenía uno de los datos de liderazgo femenino más destacables de Occidente: un 40%. ¿Sabían que hemos bajado más de punto y medio y estamos en el 38,4? ¿No? Ya se lo digo yo. No es baladí. La mujer, poco a poco, regresa al puesto de salida.
Bea Arthur, aquella gran (en todos los sentidos: medía casi metro ochenta) Dorothy de Las chicas de oro, fue sargenta de los marines en su juventud. Ahora, en esa suerte de borrado que practican los repugnantísimos dirigentes del país que la vio nacer, se han cargado su historial militar por el simple hecho de ser mujer. Los imbéciles que están al frente de la democracia de Temu que es, más que nunca, Estados Unidos, siguen inundando de aspavientos el aire, de gestos que inflaman el ánimo, de medidas que no solucionan los problemas a pie de calle. Esta ola de conservadurismo solo se alimenta de muecas grandilocuentes: hacer política para mejorar la vida de los ciudadanos es de progres.
La testosterona regresa por la puerta grande: ahora es imposible taparse los ojos ante un exhibicionista porque todo a nuestro alrededor es un señor dispuesto a mostrarnos su ridículo pene: nos acecha en los medios, en las redes sociales, en las conversaciones de bar, protagoniza libros sobre asesinos convictos. No hará ni dos semanas salía de una reunión en un polígono perdido de Madrid. Hice tiempo para la segunda en un bar, tomando un café. En la televisión, a todo trapo, un informativo daba cuenta de la última mamarrachada de un dirigente que está haciendo pagar al mundo sus fútiles frustraciones de niño mimado con complejitos: el mismo líder de millones de hombres que consideran que una mujer no puede ser presidenta porque le podrían las emociones.
La serie de la que todo el mundo habla, y no sin motivo, es Adolescencia. Es una serie perfecta que habla de la paternidad, de la masculinidad tóxica, de la distancia mental entre hombres y mujeres, entre padres e hijos, de los gurús que están infiltrándose en las neuronas de los menores, de que la maldad ya no se te ofrece en las calles, sino en la pantalla del móvil. Se menciona a Andrew Tate, un violador, maltratador, abusador de menores y proxeneta que se mudó a Rumanía porque allí, dicho por él, se persigue menos el abuso sexual. Donald Trump ha negociado su regreso a Estados Unidos y su libertad.
Todo esto que les cuento ha ocurrido en apenas unos meses. Menos mal que el feminismo ha ido demasiado lejos.
Un comentario
Jorge
Seguimos rodeados de penes agresivos pegados a señores agresivos con personalidades agresivas, pero las inestables sois vosotras.
TQM♥️