Nuestras tetas

A ver cómo te lo explico, José Alberto. Que una cantante muestre sus tetas al público como un acto de reivindicación no tiene nada que ver con el destape. Tampoco con el topless que, aunque no lo creas, sigue ofendiendo hoy a muchos josealbertos. Ni siquiera, sorpréndete, con las revistas porno que hojeabas a escondidas en el cuarto de baño para percutirte el risketo y que gracias a los dioses ya no hay que ocultar bajo la cama porque existe Internet, jodío.


De vitrinas y grietas

Vox se ha radicalizado. Eso dicen los medios de cierto prestigio. A mí no me pregunten, porque con la radicalización del ya de por sí radical Vox me pasa como con el dinero: a partir de un millón de euros dejo de ser capaz de visualizar fajos de billetes y solo veo una masa informe de pasta sobre la que zambullirse, a lo tío Gilito.


La brújula y el norte

Una de las cosas que recuerdo de mi EGB (sí, soy así de mayor) es el norte geográfico y el norte magnético, un concepto imprescindible para entender cómo funciona una brújula. La palabra «norte» es como un cajón de sastre en el que cabe todo: el norte frente al sur en la Guerra de Secesión. El norte —de cada país, de cada continente, de todo el planeta— representa el progreso; el sur, el estancamiento o la pobreza. Pero también es el lugar hacia el que mirar cuando corremos el peligro de descentrarnos. Perder el norte es desorientarse, y dar norte de algo es justo lo contrario: reconducirnos, resituarnos.


Reclamando libertad

Una mujer de mediana edad camina por un edificio oficial. Se detiene ante una ventanilla.

—Buenos días, ¿es este el pasillo de reclamaciones del Ministerio de la Libertad?
—No, este es el de Derogación del Sanchismo. El de la Libertad es tres pasillos más allá: pasa usted el de Violencias feminazis, el de Tauromaquia, caza y cine sin Ideología y el siguiente ya es el suyo.

—Ah, pues muchas gracias y que viva el rey de España.


El tamaño del armario

Soy una fan irredenta de Futurama. Quienes me conocen lo saben. Es una serie para ver libreta en mano y anotar cada detalle, porque no da puntada sin hilo. Pues bien, en uno de los primeros capítulos, Fry, ese humano que ha viajado un milenio en el tiempo desde el año 2000, está buscando un hogar. Por fin, Bender se ofrece a compartir el suyo. Pero es un robot. Y a un robot le basta un cubículo con un tamaño poco mayor que un ataúd, oscuro y sin ventilación, donde se duerme de pie.

Tras muchas noches de angustia, Fry descubre por azar una mañana que, adosado al ataúd, hay un inmenso espacio tipo loft, con un enorme ventanal y muy soleado, que también pertenece a la vivienda de Bender. Cuando le pregunta a Bender si le importa que él duerma allí, el robot, descojonadito, le responde algo así como «si quieres…, ¡pero es el armario!».


Peras, manzanas, naranjas

Uno de los mejores combos que ha dado jamás la política conservadora es este: declaraciones de cargo del PP + frutas. Aún resuena en nuestros oídos el argumento, jugoso cual sandía en pleno mes de julio, de doña Ana Botella explicando por qué debería derogarse el matrimonio igualitario. Al final a mí no me quedó muy claro si hablaba de peras follando, de manzanas practicando sexo oral, de hermafroditismo frutícola o si hizo un alegato contra la heterosexualidad (una manzana y una pera ¿no vendrían a ser un hombre y una mujer, o viceversa?). A las peras y manzanas de la segunda persona más deplorable que ha alcanzado la alcaldía de Madrid sumamos hoy las naranjas de Feijóo. Y con este calor yo no sé si debería escribir una columna o hacerme una macedonia.


Un hombre asombrado y otro escribiendo a máquina para representar los conceptos de literatos e inauditos

Literatos e inauditos

Quienes me conocen me lo han oído y leído muchísimas veces, pero como este espacio me lo costeo yo, me repito: la gente que más reivindica el castellano frente a otras lenguas oficiales (vamos, la derecha) es la que peor lo habla, lo escribe y lo entiende. Es así, no me pregunten por qué. Hoy voy a hablarles de dos subespecies que habitan esa franja del arco político: los literatos y los inauditos.


Te jodes, que no ceno

Hace años, bastantes, hubo un cómico (no recuerdo cuál) que explicaba una de esas broncas de pareja en las que uno de los cónyuges, buscando derrotar moralmente al otro, soltaba en el fragor de la discusión: «Pues ahora te jodes, que no ceno». A continuación, el ofendido se marchaba dando un portazo, se metía en el coche y echaba a andar con él sin rumbo fijo mientras empezaba a pensar, según se iba enfriando, que el que se había jodido era él.