No sé si se han parado a pensarlo alguna vez, pero en castellano solo hay dos gentilicios con el sufijo -ol, y uno es… español. El sufijo -ol es también el que se usa para nombrar a los alcoholes, qué casualidad. Aquella presidenta de la que usted me habla, igual que te monta un chiringo como la extinta Oficina del Español, cualquier día, en esa exaltación continua del bebercio que profesa, te abre la Oficina del Alcohol, donde cualquier ganapán venido a más explicaría, en horario irregular, las bondades de beber y vivir, de cocerse hasta caer redondo al suelo.

Me tiene francamente alucinada la retórica de Isabel Natividad —a grumos, a trompicones, como una carraca vieja o como un libertario en un áfter—, que sin embargo ha logrado embelesar a cientos de miles de madrileños y residentes fiscales en la capital inventándose un estilo de vida. Sigo sin saber qué es eso de vivir a la madrileña (o a la extremeña, o a la catalana; menuda gilipollez), pero si uno cabos sueltos (su discurso es eso, cabos sueltos que a veces sujeta la argamasa borracha de su director de gabinete) llego a la conclusión de que es aparcar el coche después de horas de atascos y repanchingarte en una terracita a que caiga la ristra de copas que tu aparato digestivo sea capaz de asimilar, un día y otro y otro. Me han contado personas que viven en el entorno de la Real Casa de Correos que el susurrador de la presi cultiva profusamente este estilo de vida, caída libre contra el pavimento incluida.

Ignoro si la parte de irse piojo al suelo fue o no licencia poética de dichas personas; no lo es, sin embargo, aquella vez en que les quitó el polvo y algo más a unos cuantos coches por ir solamente cuatro veces más borracho de lo que permitía la ley. Total, qué son unos miligramos más de alcohol en sangre, que nos ponemos como locos. El señor Bajón tiene, por lo que parece, una relación fluida con los espirituosos: cómo olvidar aquella imagen en la que su presidente favorito después de Ayuso le daba a beber a morro de una botella de vino, imagen que él mismo consideró tan simpática que incluyó en uno de sus libros, Y Aznar llegó a presidente.

También su exjefe cultivó un gusto por la bebienda y por saltarse las normas viales. Déjeme a mí que yo decida cuánto vino puedo beber, vino a decir más o menos y por eso no entrecomillo, anteponiendo así su libertad de beber a la libertad de otros de vivir. Y la cosa sigue: el «viva el vino» de Rajoy se ha convertido en un meme, y Feijóo invitaba hace bien poco a beber albariño a quienes hubieran malinterpretado su frase sobre las vacaciones sobrevaloradas.

Es que los rojos, déjenme que les diga, estamos de un tiquismiquis que no nos soportan. En esta obsesión nuestra por convertir España en la república norcoreana a la que aspiramos, andamos prohibiendo a los pobres chiquillos el arte de emborracharse, de pegar a la parienta o de arruinarse con el juego online. Ya no se puede decir nada; no hay más que ver a Nacho Cano, famoso miembro de la inteligencia internacional, cuyas declaraciones están a punto de costarle la vida: él te dice que cualquier día le pegan un tiro y tú, comunista descreído, contestastes que no. Ves El Hormiguero y son cada vez más los fragmentos censurados que ni siquiera permiten divulgar en redes sociales, y qué decir de Bertín Osborne o José Manuel Soto, excelsos barítonos a los que cada vez contratan menos en el Liceu o el Teatro Real por tratar de luchar contra la censura.

Si como avezados bolivarianistas intentamos adoctrinar en las bondades de los hábitos saludables, la resistencia encuentra la manera de confrontarnos. Es difícil para ellos llegar al público, lo sé: demasiados medios de comunicación al servicio del régimen, demasiados jueces de nuestra parte. Pero de una manera u otra logran colar al final la foto de un rebelde masticando un KitKat, dándole un lametón a un chuletón de vaca madurado o duchándose en vodka. Les estamos quitando la libertad de beber y comer lo que se les antoje, de vivir a la madrileña. Cualquiera intenta meterle mano al negocio del alcohol: ahí no hablamos de sufijos, sino del mismísimo lexema del país.