Había oído hablar de Sexo en Nueva York, pero nunca había sentido el impulso de verla. La frivolidad mal entendida nunca me ha llamado la atención (siendo yo, en muchos aspectos de mi vida, una frívola de manual). Y ver a cuatro treintañeras trasegando Cosmopolitan mientras se iban de compras y chafardeaban sobre su último polvo o su mejor comida de coño me resultaba muy acartonado. Las protagonistas de Sexo en Nueva York contenían esa materia aspiracional a la que yo no he aspirado nunca. Con mis amigos gays actúo igual que mis amigos no gays. Hacemos las mismas cosas, no me los llevo a que me elijan la ropa o me digan lo monísima que voy. No son atrezo, como no lo son los novios o amantes que han desfilado por mi vida, a los que llamo por su nombre o, como mucho, «el gilipollas aquel» y no Mr. Big, pongamos por caso.

Alguien que pasó por mi vida un tiempo considerable me animó a verla con él, no sé si por ejercer de aliado, si por dejar caer que él también cultivaba su lado femenino (aquella España metrosexual, caris) o por exhibir su casi infinita lista de canales televisivos, que en algún tiempo también fue la polla virtual de muchos como lo son los deportivos o los Rolex. No logró engancharme jamás (me refiero a la serie). Me parecía un videoclip demasiado largo en el que las experiencias insólitas eran lo cotidiano. Quizá es que, como yo soy periodista, al igual que Carrie, no paraba de flipar con el nivel de vida que tenía una tía cuyo único oficio conocido era escribir una columna en un diario. No seré yo quien diga a cómo pagan la pieza, pero no da para unos manolos cada semana; como mucho, para unas alpargatas al semestre en Los Guerrilleros*.

Al ver el vídeo que ha preparado la Comunidad de Madrid para Fitur no pude por menos que recordar aquel Nueva York de Sarah Jessica Parker y compañía. Vino, mucho vino, que Madrid no está hecho para los abstemios. Campos de golf que, como madrileña, lamento confesar que no sé ni dónde están. Tiendas de lujo. Una ejecutiva embustera que no da palo al agua (y que debe de sacar el dinero, como Carrie, de algún negocio oscuro o que no paga alquiler por mor de la generosidad de algún amigo empresario). Un camarero madrileño (alguno queda, la verdad) empeñado en vender una idea inexistente de la ciudad y que luego, para justificar que lo que se vende es la provincia, recita una ristra de municipios como quien recita la lista de los reyes godos. El mejor cielo, según le hacen decir al chulapo Mario Vaquerizo, solo comparable, quizá, al de ciudades indias o pakistanís. Y, sobre todo, esa manera de vivir a la madrileña que nuestra presidenta se empeña en defender mientras los de aquí la vemos, pero no la catamos, como el perro que da vueltas sobre sí mismo intentando alcanzarse el rabo.

Ayuso te vende Madrid como Sexo en Nueva York te vende Nueva York: alfombrando la miseria con terciopelo y escaparates de esos que nunca deberían apagarse para mantener viva nuestra ilusión de ser ricos algún día. Y en una feria turística hay que vender fantasía, como hace Íker Jiménez con las nubes lenticulares, que te las vende como ovnis. En este delirio ultracapitalista en el que nos han obligado a vivir, el verdadero Madrid se parece más a Girls, aquel Sexo en Nueva York parido por la magnífica Lena Dunham en plena crisis mundial, en el que las cuatro amigas carecen de glamour, trabajan por cuatro perras, tienen graves problemas psicológicos, arrastran las consecuencias de sus relaciones tóxicas, follan triste y viven en cuchitriles porque mantenerse en Nueva York como escritora, que es lo que intentaba Hannah (Dunham) sin éxito, es una puta fantasía en el más estricto de los sentidos.

Mi Madrid es mucho más Hannah que Carrie. Paseo mi cuerpo no normativo por las calles de una ciudad a la que amo a pesar de sus gestores, que vende brillo y devuelve hollín, y pienso en que mi frivolidad está a un paso de la circunspección teresiana si la comparo con el estilo vacuo de una presidenta cuyos videoclips madrileñistas tienen la misma sustancia que su programa electoral.

*Los Guerrilleros, para los foráneos, es una cadena de zapaterías que jamás saldría en una docuficción de Ayuso.