Soy una fan irredenta de Futurama. Quienes me conocen lo saben. Es una serie para ver libreta en mano y anotar cada detalle, porque no da puntada sin hilo. Pues bien, en uno de los primeros capítulos, Fry, ese humano que ha viajado un milenio en el tiempo desde el año 2000, está buscando un hogar. Por fin, Bender se ofrece a compartir el suyo. Pero es un robot. Y a un robot le basta un cubículo con un tamaño poco mayor que un ataúd, oscuro y sin ventilación, donde se duerme de pie.

Tras muchas noches de angustia, Fry descubre por azar una mañana que, adosado al ataúd, hay un inmenso espacio tipo loft, con un enorme ventanal y muy soleado, que también pertenece a la vivienda de Bender. Cuando le pregunta a Bender si le importa que él duerma allí, el robot, descojonadito, le responde algo así como «si quieres…, ¡pero es el armario!».

El tamaño del armario es muy importante. Es la diferencia entre vivir y sobrevivir. Si tienes que cambiar la ropa cuando cambia el tiempo, tu armario y tú sois clase obrera. Vendría a sumarse a la lista de detalles para saber si eres pobre que dio Miguel Maldonado. En un armario como el de Fry, sin embargo, puedes incluso recibir al embajador y organizar un vals en su honor.

Me he acordado de los armarios ahora que el centroderecha —tan escorado a la derecha que el centro entero es un páramo— ha desempolvado la reglita del censor franquista y anda midiendo largos de minifaldas. Las minifaldas demasiado cortas del siglo XXI son los mariconismos, los lesbianismos, los feminazismos y, sobre todo, los transgenerismos.

—¿Qué te parece, muchacho, si censuramos Orlando, de Virginia Woolf?

—Pero señor, si es una obra de teatro basada en una novela que tiene casi un siglo.

—¿Y qué? ¿No había pensamiento woke hace un siglo?

—Hombre, woke, lo que se dice woke, señor…

—Llámame maestro.

—¿Se dedica usted a la docencia?

—¿Yo? Qué va, soy torero. Dime qué nombre le pongo a mi caballo, te comento mis favoritos.

Esta conversación es imaginaria, claro está, pero esos espacios que Vox está ocupando no son casuales. El PP les ha entregado encantadísimo de la vida concejalías y consejerías que consideran menores, y la ultraderecha se está frotando las manos. El PP es Bender descojonado vivo porque Vox ha elegido él solito vivir en el armario, sin terminar de asumir que la ultraderecha no quiere tomar decisiones de calado económico. No sabe, no puede. El caldo de cultivo en el que crece es el ideológico. Le saca más rentabilidad a los espacios en los que tumban medidas feministas, ecológicas o LGTBI que en el ladrillo. Y así, poquito a poco, teje una red que se incrusta en el pensamiento colectivo mucho más y mejor que las clientelares a las que acostumbra a desplegar su hermano mayor.

Un grupo musical del que lamento no recordar el nombre cantaba hace ya muchos años, los veía yo en directo y esas cosas, «no es lo mismo / ser concejal de Cultura que de Urbanismo». Es curioso cómo en un puñado de años, diría que 10 o 12 a lo sumo, este mantra ha perdido gran parte de su validez. Cambiar el relato da muchos votos, y los votos también son dinerito.

Mientras tanto, el PP anda como pollo sin cabeza, a lo Chiquito de la Calzada, intentando tapar el sol (sus pactos con los ultras) con un dedo. Pasito p’alante, pasito p’atrás, un 12% de representación, no he dicho eso, Valencia sí, pero ninguno más, cómorl, Baleares, vale, y Extremadura, también, que no es la lista más votada, qué hacemos con Murcia, no puedorl, cobarde, pecador de la pradera:

—Aguantadme un poquito los pactos, que Pedro nos ha adelantado las elecciones y nos ha cambiado el paso.

—Pero Alberto, hay plazos. Y la ultraderecha no está para tonterías, que está más subidita que las cejas de Ana Rosa Quintana.

—Bueno, pues a ver, qué tenemos.

—En Valencia se han juntao y ya tienen decidido hasta el color de las cortinas.

—Y qué han decidido.

—Vicepresidencia para un torero que quiere llamar Duce a su caballo y dos Consellerias.

—No, ¡me refiero a las cortinas!

Desde lo de Valencia ha pasado de todo. Y ustedes creerán, como yo, que ha transcurrido un siglo y apenas han sido veinte días. Pero en esta tragedia griega en la que se ha convertido la política, si la contemplas como un espectáculo —que no sea ni Orlando ni La villana de Getafe ni la Santa Teresa de Paco Bezerra ni Lightyear ni—, tiene su punto cómico ver cómo el PP va con la lengua fuera moviendo la portería.

La verdad es que no. La verdad es que gracia tiene poca. Pero aquí estamos, aún sin desencajar la mandíbula, todos aquellos que un día dijimos que en España no había ultraderecha porque el PP la guardaba en su cajita oscura bien repleta de bolas de naftalina. Y no solo eso: es que hay gente que ya vivía fuera de su armario reclamando para sí volver a él obedientemente.

Porque, queridos míos, hay una parte del colectivo que reniega de quienes lograron abrir aquellas puertas. Es gente clamando por que vuelva la censura que los encierra, por que las dos mamás de Lightyear no se besen en segundo plano, qué vergüenza, adónde vamos a ir a parar, el socialcomunismo este. Es gente que califica al socialcomunismo de represor y transgresor a la vez (permite que dos mujeres se besen/nos quita libertades). Pero nadie le pidió nunca coherencia a esta gente. Lo que no termino de colocar en este puzle lisérgico del que se compone el antiprograma de las derechas es por qué quienes ahora pueden amarse sin esconderse le compran al reaccionariado el escenario de mariquita cupletista. ¿Cuánto le importaba al rey la vida de su bufón? Una vez dejaba de hacerle gracia y de hablarle desde la inferioridad, nada.

—¡Comunismo o libertad!

—¡Libertad, libertad!

—Vale, quítame de ahí ese trapo arcoíris, arranca ese otro, quita esa película de cartel, que adoctrina a los niños y se van a hacer todos lesbianas. Y me censuras esa otra obra de teatro. Libertad, coño.

¿Por qué hay gays y trans adhiriéndose a las derechas? Tengo varias teorías. Una tiene que ver con deterioros cognitivos varios, producto de los excesos; otra, con la necesidad de volver a estar en el candelero. Y por último, porque el dinero suele permitirte comprar armarios como el de Fry.

Al final es lo de siempre: a Vox le preocupa que seas magrebí salvo si eres Benzema. Le encanta que seas español excepto si les desbaratas teorías como la del asesinato de la pobre vendedora de Tirso de Molina. Quiere que tengas muchos hijos a no ser que seas migrante, y si no tienes pero eres española… Bueno, ahí solo caben, por motivos distintos, Cuca Gamarra e Isabel Díaz Ayuso. Les incomoda que dos políticos que son pareja se compren a plazos un chalé en un municipio normalito de Madrid, pero si tienes once propiedades inmobiliarias a medias con la madre de tu hijo (así la llamó Feijóo en su égloga audiovisual, a mí no me miren) eres un honrado ciudadano que se merece no once inmuebles, ciento once, qué demonios.

Y así podríamos seguir hasta el infinito. No son más que ejemplos para explicar lo obvio: que a las derechas les molestan los pobres. La mierda es que necesitan captar pobres para gobernar, porque de votos de rico no se puede vivir mientras valgan lo mismo que los nuestros, y les hacen creer que si tienen las sartenes una sobre la otra es porque son organizaditos, que el sofá pegado a la pared viene fenomenal para colgar cuadros y que cambiar la ropa cuando llegan el invierno o el verano es una simpática afición para entretenernos un par de fines de semana al año.

Sucede que Vox ha entrado como un elefante en una cacharrería, y ya hay voces que claman contra ese pacto que todo el mundo da por seguro si Feijóo gana. Aquella Belén Esteban a la que medio PP admiraba y el otro medio aplaudía se ha convertido hoy en pasto de sus críticas por cuestionar este acuerdo. No apostaría un solo euro por la victoria de las izquierdas, pero algo se mueve en la base de la pirámide y a mí ese ruidito me acuna.

Esta noche comienza la campaña de las generales y Vox, que construyendo armarios deja a Ikea en pañales, ya lleva semanas metido en las instituciones como la listeria monocytogenes en la carne: no se detecta a simple vista, parece que no pasa nada, pero si pruebas un filete contaminado te cagas vivo. Lo único que nos falta es saber si el PP ha comprado astringentes para tantos días. Dos semanas y pico viendo caer los frutos de tan macabra alianza es mucho, muchísimo tiempo.