Una de las cosas que recuerdo de mi EGB (sí, soy así de mayor) es el norte geográfico y el norte magnético, un concepto imprescindible para entender cómo funciona una brújula. La palabra «norte» es como un cajón de sastre en el que cabe todo: el norte frente al sur en la Guerra de Secesión. El norte —de cada país, de cada continente, de todo el planeta— representa el progreso; el sur, el estancamiento o la pobreza. Pero también es el lugar hacia el que mirar cuando corremos el peligro de descentrarnos. Perder el norte es desorientarse, y dar norte de algo es justo lo contrario: reconducirnos, resituarnos.

En Málaga —ignoro si en el resto de Andalucía— se habla de estar desnortado (o más bien desnortao o esnortao) cuando sucumbes al agilipollamiento, cuando no te enteras de algo. Debemos comprender el norte y dejar que el norte nos guíe en cada una de nuestras acciones: no despilfarrar, comer sano, moverse, pedir consejo, ir al psicólogo. El norte como la meta final, como el lugar en el que confluye todo lo bueno.

¿Y a qué viene todo esto?, se preguntarán. Ya, yo también me lo pregunto. Pierdo el norte, ¿saben? Por fortuna para ustedes, yo nunca asumiré cargos de responsabilidad que pongan en peligro la dignidad de ningún colectivo por mor de mi desnortamiento. La de las víctimas de la violencia de género, por ejemplo, a las que algunos ayuntamientos ya niegan hasta las manifestaciones públicas de duelo.

Tampoco podrán quejárseme ustedes jamás de censurar obras de teatro como La infamia (¿se puede saber qué parte de la denuncia de una mujer que destapó una trama de pederastia y fue torturada y secuestrada por ello es ideología?). O como El mar: visión de unos niños que no lo han visto nunca. O como Orlando, que si Virginia Woolf regresara de la muerte y viera esto volvía a morirse, pero de risapena. No se me olvida Romeo y Julieta despiertan, ni todas las que nos quedan por (no) ver.

En todos los casos que les enlazo es el PP quien ejecuta estas cancelaciones. A veces en connivencia con Vox; otras, ni siquiera. Lo hacen ellos, motu proprio, en uno de los infinitos bandazos que llevan dados desde que iniciaron su etapa más sórdida hasta que descubrieron que las numerosas encuestas que les daban mayoría absoluta en coalición con sus regresistas socios no lograban torcer la voluntad de los votantes.

Banderas LGTBI fuera de los organismos oficiales, concejalías y consejerías de Igualdad eliminadas, obras de teatro canceladas apelando, eso sí, a la falta de presupuesto. Al final va a resultar que la derechita sí era cobarde. Pero a la (dere)chita callando, ni dos meses llevan gobernando y lo tienen todo teñido de sepia.

La brújula apunta al norte porque tiene una aguja imantada que se alinea con el campo magnético de la Tierra. Pero ocurre que, si le acercas un imán potente, se desconfigura. Se vuelve loquita. Cucú bananas. Y ya no sabe dónde están el norte ni el sur. El imán que está a su lado ejerce tal poder de atracción que se le olvida para qué estaba hecha.

¿Recuerdan un eslogan del PP de hace unos añitos? En la buena dirección, rezaba. Fue durante la Convención Nacional del partido, que se clausuraba en febrero de 2014. Mes y medio antes, se fundaba el partido que iba a convertirse en su ruina. Aún quedaba mucho para detectarlo: el micromitin de Abascal subido a un banco no sucedería hasta 2015. Parece que ha pasado una vida y lo que nos ha pasado ha sido una apisonadora.

No diré que añoro al PP de otras épocas: no puedo añorar lo que nunca me gustó. Pero sí hay un PP antes y después de Vox, de la eclosión de Vox, de la fagocitación por parte de Vox de la zona moderada de su socio. Antes, el PP era capaz de pactar con partidos nacionalistas, de sentarse a debatir. De transigir con ciertas ideas. Era capaz de no derogar leyes que habían puesto a caer de un burro porque tenía un sentido práctico que le impedía dar marcha atrás en la historia.

Hoy, Vox y PP han convertido su noviazgo, todavía lozano y fresco, en una relación tóxica que sabes que va a terminar mal. El PP ha dejado de ver a otra gente y se ha centrado en salvar su historia de amor por encima de todo y de todos. Hace vanos amagos de quedar: con el PNV, con Coalición Canaria. Incluso se llegó a comentar que con Junts. Pero todos ellos le dicen lo mismo: «Hasta que no cortes, tía, dejo de seguirte en Insta».

Desde que la ultraderechita ha descubierto que con cuatro consignas de parvulario se puede conquistar un buen pedazo del pastel está que no cabe en sí de gozo. Ustedes meten «globalista», «ideología de género» y «progresismo woke» en el Micho 1 y les sale un discurso de Vox. El PP, mientras tanto, se está pringando de suciedad, pero prefiere no mirar. Yo pienso en dirigentes de primerísimo nivel que se están guardando su orientación sexual en el bolsillo y los imagino lamentándose al llegar a casa, cuando nadie les ve. El abatimiento de Schrödinger. También pienso en Borja Sémper.

Este PP que hoy, seguramente en privado, se arrepiente de su noviazgo tóxico pero no sabe cómo dejarlo porque no quiere quedarse solo, tiene clarísimo que no va a gobernar el país en los próximos años. De ahí que todos los aspavientos que perpetra desde diferentes medios afines resulten especialmente ridículos. A pesar de todo, sigue encastillado en su afán por derogar el sanchismo, aunque sea a escala municipal. El PP cree que su brújula apunta al norte, en la buena dirección. Pero el imán que lleva al lado —como un suplicio, como un castigo— le ha jodido el rumbo.