Perdonen. Les pido perdón de antemano por si no les gusta Woody Allen, por si sí y les destripo el argumento de una película ya antigua, por si se sienten incómodos por traer aquí a un hombre quizá polémico, pero es que yo lo adoro, ¿saben? No a él, claro: me refiero a su filmografía. Podría ilustrar casi cualquier cosa con una escena de una de sus películas (que he visto casi en su totalidad no una, sino varias veces). Hoy quiero hablarles de Granujas de medio pelo.

Granujas de medio pelo cuenta una historia de clases sociales, pero a mí me interesan sus primeros 15 o 20 minutos. Verán: Woody Allen se mete, para variar, en la piel de un ladrón de poca monta (un small-time crook, el granuja de medio pelo del título). Da vida a un exconvicto que tiene una idea fantástica para dejar de fregar platos: dar un golpe a un banco.

Pero no esos atracos con armas de fuego y medias en la cabeza, no. Alquilará una pizzería como tapadera: mientras su mujer se ocupa del negocio legal (vender galletas, que es lo único que sabe cocinar), él y sus socios cavarán en el sótano un túnel hasta la cámara acorazada de un banco: un poco de dinamita y chimpún, a huir a México con la pastuqui. Así nadie sospechará nada. Es fácil, es limpio, es un éxito asegurado: simplemente hay que hacer un pasadizo en línea recta hasta el lugar en el que se ocultan toneladas de dinero.

Pero esa línea recta resulta no ser tan sencilla: hay fugas de agua, pierden el plano del edificio, van de desastre en desastre hasta que el túnel cavado les lleva no a la cámara acorazada, sino a un negocio diría que de ropa. No lo recuerdo, pero quédense con lo importante: el plan perfecto, sencillo y limpio ha resultado ser un fiasco.

Y ¿qué ocurre a pie de calle? Pues que la mujer de Ray, Frenchy, lo ha petado con sus galletas. Pero no petarlo de vender todas las que hace, sino de tener colas de varios cientos de metros esperando a comprar una o dos. Ray soñaba con ser rico y terminará siéndolo (la tiendecita de galletas acaba por transformarse en un emporio industrial galletero). Pero el plan a, el túnel, no era el correcto.

Feijóo y sus colegas, como Ray y los suyos, lo tenían clarísimo: cavar el túnel hasta el Congreso. Línea recta. No hay pérdida. Sin adornos, sin concesiones. Sin preocuparse de otra cosa que no fuera avanzar. Las encuestas —los planos del edificio— no daban lugar a la duda: mayoría absoluta. La presidencia estaba ahí. No había más que alargar la mano. Tan claro lo tenía que medios afines y encuestas poco más y lo nombran emperador. Jamás en España se había visto una victoria tan rotunda incluso antes de votar.

Sucede que a veces la línea recta no es el mejor camino aun siendo el más evidente. No basta con llegar y hacer un túnel. Porque puedes buscar el Congreso y salir a un balcón de Génova desde el que gritan «Ayuso, presidenta». Las cosas del directo: no podemos dar por sentado nada hasta que el túnel no termina de cavarse. Aun así, no dudó en decirle al rey que p’alante, que formaría Gobierno. Que le dieran un par de semanas que ya se lo afinaba la fiscalí… Ay, perdón, me he liado. Que él buscaba los votos que le faltaban.

Las patochadas del presidenciable que sabía que no iba a serlo son todas consecuencia de una serie de malas decisiones. Las alianzas con Vox han perforado tuberías y les han hecho perder los planos. Es duro reconocer los errores, pero más duro es, por lo ridículo, escuchar en ese paripé al que dieron en llamar discurso de investidura que no asaltó la cámara acorazada porque no le apetecía. Que él es mucho más feliz comiéndose un perrito recocido en el Lower East Side.

Para llegar hoy a plantar el culo (o el bolso) en el escaño azul había que tener otro instrumental. Tener un plan b y, si me apuran, un plan c. Pero mucho me temo que Albertiño solo tiene un camino que explorar y se empeña en seguir cavando el mismo túnel una y otra vez. Con esa tozudez de no querer ver en qué país vive (o esos compañeros de aventuras) lo que terminará cavando será su propia tumba.

Mientras tanto, Pedro Sánchez anda reuniendo ingredientes y cocinando galletas.