Esta semana, los agricultores han salido a la calle. Están hartos, y lo entiendo. Pero ya saben ustedes que no he sido llamada por el camino del fino análisis político, sino más bien de la coña marinera. Y, claro, necesitaba hablar de las abejas adiestradas de Ángel García Blanco, presidente de Asaja Extremadura. Que si a los antidisturbios se les ocurría actuar contra ellos, abrirían las colmenas.

Sirvan las palabras del colmenero mayor para sacar mi rotulador de subrayar fuerte algunas incongruencias. La primera es obvia, y no soy la primera ni la segunda que la destaca: Asaja son las siglas de Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores. El señor García Blanco no es ni joven ni agricultor. Este año sopla sesenta y una velas, y sí, regenta una dehesa y una cooperativa, pero con una licenciatura en Derecho y una graduación en Empresariales por el ICADE me van a permitir que dude de sus doloridos callos.

Se me hace difícil entender cómo alguien que no es agricultor representa desde hace más de 20 años los intereses de los agricultores. Que igual lo hace de lujo y estoy yo aquí hablando de más. Pero me cuesta entenderlo, me cuesta. Es como cuando ciertos personajes que en ocasiones ostentan hasta títulos nobiliarios se meten a diputados y se dan golpes de pecho porque les duelen las gentes (ellos dicen «las gentes», como Julio Iglesias) del campo. Es decir, los tataratataratataranietos (quizá no tenga que irme tan atrás) de los dueños de grandes latifundios, los descendientes del señorito Iván, se suben al atril a gritar que les preocupa el destino de Azarías. Llámenme malpensada: no me lo creo.

Y un poco es lo que me pasa con este juvenil domador de abejas: que no termino de encajarlo en la idea que tengo de un hombre de campo. Eso sí, no paro de imaginarme a los antidisturbios acercándose y a Ángel vestido de apicultor abriendo una colmena y gritando: «Maya, ¡ataca!». Y todo el enjambre dejándose los aguijones en los escudos de los policías, las pobres. Porque ellas otra cosa no, pero tienen muy claro quién es el enemigo.

Por otra parte, ¿por qué iban a actuar los antidisturbios si todo sucede en términos legítimos y cívicos? Y si no es así, si no se comportan con la educación que se les supone, ¿por qué no iban a actuar?

Aquí me surge otra pregunta en las declaraciones de García Blanco. ¿Es que no le parece bien que un policía antidisturbios busque el mantenimiento del orden público? Porque no quisiera pensar que comparte ideario con Lola Guzmán, ex militante de Vox (casualidades) que lidera la plataforma 6F y que coqueteó con el delito de odio días atrás. Me refiero a que espero que el joven agricultor extremeño no tendrá en su cabeza la idea de que no le pueden frenar por ser español, o español de bien, que también estamos los de mal y nosotros sí, nosotros merecemos que nos abran la cabeza con la porra o que nos fusilen.

Conviene, en tiempos convulsos, recordar quién es la abeja reina. No siempre se la reconoce en el enjambre, pero a menudo tiene apellidos que no caben en un DNI y baja al campo con gorrita irlandesa, camisa desabotonada y la manicura recién hecha. Puede incluso que con un casco de moto en la mano. En otras ocasiones se labra una carrera como cantante de canción ligera, y desmigaja un puñado de tierra entre sus dedos, a lo Scarlett O’Hara, y se ufana de su incorrección política. A la abeja reina la han visto mil veces. Quizá la confundieron con una abeja obrera.

Aún recuerdo a una abeja que falseó su contabilidad y mantuvo un holding de 700 empresas en bancarrota, que subsistían gracias a los créditos que les inyectaban los bancos del propio holding. Cuando el Gobierno intervino en aquel caos contable, la abejita en cuestión intentó huir a Londres. No pudo. Pero ideó otras artimañas. Fundó un partido político con el que obtuvo dos escaños en Europa. Uno fue para él, ¿lo dudaban? Le vino de perlas para lograr la inmunidad (no había otro motivo para fundarlo). Su eslogan de campaña fue «España para los españoles, trabajo para todos». Llevaba un casco de obra en la imagen. Sus apellidos, Ruiz-Mateos y Jiménez de Tejada. Estos días se celebran 41 años de aquel otro 23-F: el de la expropiación de Rumasa.

La maldita historia, esa que amenaza con repetirse, se oculta en las esquinas y nos observa. «Necios», masculla entre dientes.