No hay mejor combustible para el rival político que un apodo a tiempo. De repente, ya tienes el eslogan de campaña. «Tito Berni» (el mote con el que, al parecer, se conocía al exdiputado socialista Juan Bernardo Fuentes en la tan vodevilesca como repugnante trama de corrupción investigada del caso Mediador) ya circula por todos los medios. Isabel Díaz Ayuso lleva tantas veces dicho «tito Berni» en un par de días que la palabra «libertad» se retuerce de envidia entre las páginas del DRAE.

Hemos escuchado, leído y seguramente hasta dirigido sobrenombres a algún servidor público con afán notorio de mofa. Yo misma me paso la vida inventándomelos. Pablo Iglesias es el más acaparador: tiene uno capilar, otro roedor y uno más alusivo a su costumbre de no caminar erguido (eso se paga con la edad, Pablo, pero tú sabrás); a José Luis Martínez-Almeida Navasqüés le ha caído en desgracia uno más fálico, y al presidente de Gobierno un mote cánido, en un chusco ejercicio de paronimia, que es como un pan sin sal en el universo de la burla.

Pedro, por cierto, se puede dar con un canto en los dientes, porque el apodo feo feo le ha tocado a su pareja, Begoña Gómez. Begoña, harta de que ciertos «medios» le den voz, ha dicho que hasta aquí hemos llegado y que en los tribunales se verá las caras con los responsables. Bien, chica. Olé tus ovarios. Prosigo con tito Berni.

Voy a chapotear un ratito en este charco, voy avisando. Porque hay que honrar a Berlanga, que estaría encantado de recibir dicho informe convertido en guion. Visualicemos: un diputado del PSOE y un general retirado de la Guardia Civil montan una infecta trama de corrupción. Empresarios untando. Extorsión. Prostitutas. Drogas. Un chocho volador (penoso apodo que ha trascendido y con el que se conocía a la presunta amante del general). Sexo con un churumbel (no, no es pederastia; sí un eufemismo infame) en venganza por unos cuernos. Ah, y señores descamisados saludando prostitutas. Descamisados no al estilo de aquel Alfonso Guerra de los primeros ochenta. Más bien al estilo del Alfonso Guerra new version director’s cut.

No falta de nada en este vodevil que huele peor que una cueva de quesos de Cabrales. No abundaré en detalles porque esto va de afilar la punta cómica, pero invito a quien pase por aquí a informarse debidamente y a conmocionarse no solo ante la trama de corrupción, sino también ante el trato despreciable que se les da a las mujeres. Ya está hecho el paréntesis: volvemos a los loles.

Los mejores apodos no salen de las redes sociales. Esos otros se crean normalmente en un calentón o en un golpe de ingenio, y terminan por hacerse virales. «Tito Berni» es un apodo mágico porque ha salido de un informe policial que ha hecho aflorar las intimidades de los que son pillados en falta.

Todo es precioso mientras solo lo saben los necesarios. Una fotopene solicitada puede ser tremendamente erótica, pero si el receptor decide hacerla pública, el otrora inmortalizado órgano sexual adquiere la condición de meme y a su portador se le encoge para siempre hasta alcanzar el tamaño de una legumbre en seco. Això és així.

Lo de «tito Berni» viene a ser el pene fotografiado para una sola persona (o eso cree quien la recibe) y luego expuesto al mundo. Ha dejado de ser un mote usado en la intimidad, como el catalán que hablaba Aznar, para convertirse en la bandera que va a agitar de aquí a final de año el partido de los que se codeaban con el Bigotes, el Polla o Luis el Cabrón. Pero bah. Son detallitos que no importan.

Ante el grave caso de corrupción, en el PSOE se ha puesto la alarma de depurar responsabilidades. Con tito Berni ya fuera del Congreso y expulsado del partido, podrían rodar más cabezas. Para Sánchez no es que sea importante hacerlo, es que le va todo su prestigio en ello: no debemos olvidar cómo llegó a la Moncloa por primera vez. Y Ayuso, a quien le bastaría con que Pedro se tirase un pedo en la ONU, no va a desaprovechar el momento. Lo dicho: vamos a escuchar «tito Berni» más que «libertad». Puede que hasta más que «contratar sanitarios», por sorprendente que parezca. Porque a Madame la Présidente la gestión regional no mucho, pero rebozarse en el barro de la política nacional le gusta más que a Eme Rajoy un plasma.

«Tito» es la forma coloquial de dirigirse a un tío. Hablo de parentescos, claro. Por eso hace tanta gracia «tito Berni»: porque nos lleva a esos otros titos que no lo eran. Como cuando el cura del pueblo te presentaba a su nueva sobrina. O como la nueva pareja de mamá en tiempos pretéritos (actuales si es en casa de Isabel Preysler).

«Tato» también lo recoge el diccionario. Es igualmente coloquial y alude a los hermanos. No sorprenderá a los lectores de esta humilde columnita que Díaz Ayuso se acuerde tanto de titos ajenos y tan poco de tatos propios, si a parentescos vamos. Otra mordida, esta en territorio peninsular y bajo su mandato, acabó no con quienes la permitieron, sino con quienes la denunciaron. Nunca más se supo del tato Tomás, gran hermano y mejor comisionista, de quien, por no haber, casi no hay ni fotos.

Se destapó el escándalo de Tomás, su tata salió de mártir a hacer una emotiva declaración a los medios y, con la mano que no se veía, guillotinó a su exjefe. Y ese tato del que usted me habla quedó fuera de la luz pública. Eso sí, con casi trescientos mil euros de beneficio por hacer algo muy parecido a nada. La teoría de la meritocracia solo funciona cuando eres pobre. Cuando tus cuentas están aseadas, basta con tener contactos. Como tito Berni. O como tato Ayuso.

Por cierto, Isabel: me he enterado de que tito Berni y los suyos llamaban a las mordidas «bocatas de calamares». Y me ha venido un aroma a Ifema, pandemia y sanidad pública que te cagas.