¿A quién no le gusta reescribir su pasado? De esto hablaba el otro día con mi psicóloga. Le explicaba que, cada vez que reviso mi biografía, no me reconozco en muchas de las cosas que hice, y que en cierto modo a veces me siento un fraude. ¿Cómo pude dejar pasar esa oportunidad? ¿Por qué me enamoré de aquel memo? ¿A santo de qué adopté una actitud durante años de la que hoy abjuraría? Entre todas esas cosas de las que reniego hay un arrepentimiento que presumo colectivo, y es Mecano. Todos coreamos alguna vez sus canciones. Hoy es un meme lo de «no hay marcha en Nueva York y los jamones son de York», pero ahí está, para nuestro escarnio, la huella que dejó en toda una generación. ¿Cómo mensajes tan simples llenaron estadios durante años? Un enigma a la altura de cualquier periodista experto en pandemias y ovnis.

Yo no sé si habrá marcha en Nueva York, pero allá se fue Madame la Présidente y se nota que conoce los entresijos de las redes sociales, donde arrancó su fructífera carrera. Como buena influéncer, se ha llevado a su viaje no a un fotógrafo, sino a todo un equipo de periodistas amiguis bien pertrechado de cámaras fotográficas y de televisión, que han ido retratándola en cada nuevo hito conseguido —previa selección de las mejores imágenes, que ya sabemos que el influencerismo tiene muchísima preparación aunque luego nuestros ídolos parezcan estar a tope de frescura y naturalidad—.

Una nunca sabe si es el azar el que modela las casualidades o si hay alguien forzándolas, como cuando te haces el encontradizo con la persona que te gusta. En cualquier caso, la visita a Nueva York de Isabel Díaz Ayuso ha coincidido con su cumpleaños. Menuda suerte. Si algo quise que hicieran alguna vez con mis impuestos era pagarle a mi presidenta un viaje de cumple disimulado con un par de encuentros oficiales para darle otra apariencia. Mucho mejor eso que gastarlo en confeti, ¡con lo que ensucia!

También ha coincidido, fijatetú, con la declaración de Carlos Mur en el juzgado número 4 de Plaza de Castilla. El pobre hombre ha tenido que desplazarse, melena al viento —todos los ricos tienen pelazo— desde Andorra a Madrid para explicar que sí, que aquel protocolo de no derivar a mayores pobres de las residencias a los hospitales existió, pero poco. O sea, que ellos redactaron unas normas, pero que no eran de obligado cumplimiento. Un poco como si en la Constitución dijeran que el derecho a la vivienda es sagrado y luego eso no se cumpliera en la realidad. Que ya, que se cumple, ya lo sé. Si la Constitución lo dice es que es verdad, como la igualdad efectiva de hombres y mujeres. Cómo no fiarse de un texto más sagrado que la Biblia.

Y hablando de pisos, ¿se han enterado del nuevo nidito de amor en Chamberí de la presidenta que anda de marcha por Nueva York? Qué cosas. Mientras unos medios exponen cómo morían personas en residencias sin medicalizar —sin un triste apoyo de morfina, sin su familia cerca, solos, asfixiados y agarrándose al barrote de sus camas—, otros comentaban que la presi se había comprado un pisito de un millón de euros con su novio. Un piso modesto que no llega ni a los doscientos metros cuadrados, no se vayan a creer, no como aquel casoplón de Pablo Iglesias e Irene Montero.

Ay, mira, otra casualidad. Pablo Iglesias comparte cumpleaños con Isabel Díaz Ayuso. El mismo Pablo Iglesias al que su tocaya de aniversario le intentó colocar el marrón, precisamente, de las residencias, ¿recuerdan? Son muy jóvenes. Yo sí, yo me acuerdo. Menos mal que fue un comentario que pasó prácticamente desapercibido y que nadie jamás lo utilizó contra el ex vicepresidente del Gobierno de España. Semejante barbaridad no cabría en un país democrático, y menos aún en la Tierra de la Libertad.

Ayuso se paseó por Nueva York con un vestidazo de los de exudar hispanidad. Que una investigación por los protocolos de la vergüenza no nos quite el folclore, por dios. Rojo, entallado, de corte midi, con plumas: una monería. De Vicky Martín Berrocal. Homenaje a España se llama. Hay mucho que agradecerle a España al otro lado del Atlántico: si no hubiera descubierto América hoy estaríamos en manos de los herederos de Hitler. Hemos perdido un dictador sangriento, hemos ganado Malinche, the Musical. Un win-win, especialmente para ese historiador llamado Nacho Cano, creador de letras simplonas, como las que triunfaron en su etapa con Mecano. ¿Qué tendrán los creadores de mensajes facilongos y bobos que siempre terminan cayéndose bien entre ellos?

En fin. Siete días, siete, que empezaron con los cazas volando bajito por Madrid y terminan con una presidenta regional jugando a tener relaciones internacionales. Todo, enmarcado en esa pelota que nos empeñamos en arrojar a las cabezas ajenas llamada hispanidad. Y aferrándose a un idioma, no sea que el catalán, el panocho o el bable inunden la Gran Vía y se nos olvide hablar un castellano casi en vías de extinción. Ya hubo una Oficina del Español para evitar esta tragedia, dirigida por el hispanista Antonio Cantó; oficina que emulaba, por cierto, al Instituto Cervantes. ¿Saben, por cierto, cuándo se aprobó la creación del Cervantes como institución para dar a conocer nuestra lengua y cultura allende los mares? El 7 de febrero de 1991.

7/2/91. Quítenle las barras inclinadas y díganme si no es maravilloso el azar.