Por cuestiones que no vienen al caso, charlaba yo con una persona cercana estos días atrás de cierto autor que, vendiendo como vende millones de libros, siempre ha sido considerado menor. No es la primera vez que me topo con historias así; los casos en los que calidad y cantidad van a una se pueden contar con los dedos de una mano, puede que con los de las dos. Pero en este mundo tienes que elegir entre gloria o victoria.
Apliquen esto a casi cada parcela de sus vidas. Un trabajo mal remunerado pero precioso, con un buen salario emocional (ja, ja, ja), o currar en un sitio infecto que te llena el bolsillo. Dirigir un blockbuster que te hará famoso y te encasillará o esa rareza indie que te alimenta el alma, pero para la que tendrás que arrimar el bolsillo. Hamburguesa bien rellena de grasas saturadas o tapita de DiverXO. Follar con un señor que ni fu ni fa, pero te entretiene un ratito, o amar platónicamente a quien jamás te verá como tú quisieras. El 4,5 en Matemáticas y el 10 en Filosofía. La victoria o la gloria.
Alguien ganó las elecciones y no es quien gobierna. No sé si se han enterado, cómo se quedan. ¿Esto es gloria o es victoria? No crean que no le he dado vueltas. Podría ser gloria y lo de quien sí gobierna, eso que llaman victoria pírrica. El caso es que en esto de la política todos los finales son abiertos. Las elecciones son a la política lo que Hospital General a la televisión: solo se cierran temporadas, pero nunca hay una última palabra (afortunadamente).
Creo que fue el pasado sábado cuando escuché decir a Juanjo Millás algo que me alineó los chakras de golpe: «El lenguaje político es infantil». Creo que en esto podemos estar todos de acuerdo. No hay un solo político en estos momentos que no envíe mensajes monocordes, repetitivos, vergonzantes. Sí, ese que a usted le gusta tanto, también. Lo que ocurre es que también hay niveles de vergüenza. Yo me sonrojo —mucho— cuando escucho por enésima vez lo de «la clase media y trabajadora de este país», es verdad. Pero cuando oigo «yo no fui presidente porque no quise» necesito meter la cabeza en un agujero del tamaño del que dejó la banca en 2012.
La política son como piezas de Lego hechas de mierda. Vamos haciendo filas y las que quedan debajo se van olvidando porque solo miramos la última, la que acaba de formarse. Hoy todos hablan de amnistía y ya nadie se acuerda de los pactos entre Vox y el PP, esos que, seguramente, le arrancaron de las manos el Gobierno (la victoria) pero le dejaron la gloria de ser el más votado. Lo peor no es ver los argumentos que se arrojan unos a otros como si fueran monos con excrementos en la jaula del zoológico. Lo muchísimo peor es cómo esos argumentos se transmutan según hacia quién se dirijan.
Al parecer, manifestarse contra la amnistía en los términos en que se está haciendo —heridos, detenidos, destrozo de mobiliario urbano— no tiene mayor trascendencia. Mientras la calle no consigue nada tangible, un juez está tomando la delantera en la sombra. García Castellón se descuelga ahora con una acusación de terrorismo a Puigdemont y Rovira porque un hombre con una cardiopatía previa murió de un infarto durante los disturbios de 2017. A la muerte natural de este hombre le suma tremendo arsenal armamentístico que ni la ETA en los años de plomo: piedras. Tirachinas. Botellas. Piedras. Extintores vacíos.
No seré yo quien niegue la capacidad de un extintor vacío de arrearte una buena hostia, pero se me queda bastante lejos de aquellas pistolas de calibre 9 mm parabellum que la gente de mi generación lleva grabadas a fuego en la memoria. Dicho de otra manera: consiento que hubiera violencia, que la hubo —por ambas partes—, pero ¿terrorismo? ¿También la judicatura nos toma por críos?
Justo en aquel 2017 de las algaradas, García Castellón, según recogía eldiario.es, era un juez próximo a su jubilación que recuperó su plaza en la Audiencia Nacional cobrando menos de lo que venía cobrando. En los audios que instruían el caso Lezo y que se pueden leer en ese mismo enlace, Ignacio González y Eduardo Zaplana, dos políticos intachables, lo mencionan en varias ocasiones. Pero es incluso lo de menos: lo de más es que podemos ver hasta qué punto los políticos ponían y quitaban —ponen y quitan— jueces para tener de su lado a los que les favorecían.
El magistrado que hoy intenta llevar al banquillo a los amnistiados sigue, seis años después, sin jubilarse. Instruyó Púnica y Lezo, qué cosas. Su historial es impresionante, no me extraña que los del PP lo añoren. Ahora está dispuesto a hacer pasar por víctima del terrorismo a un cardiópata y rascando de donde sea para que la ley no se cumpla.
No seré yo quien le desee ninguna victoria —ni menos aún, la gloria— a Carles Puigdemont. Lo que sucede es que en el otro lado acusan al presidente electo de romper el principio de los tres poderes mientras se proponen seguir bloqueando el CGPJ. Lo que sucede es que lo expulsan del constitucionalismo mientras gobiernan con un partido que está contra el Estado de las Autonomías. Y sí, lo que sucede al fin es que nadie en este país busca la gloria. De ahí el ruido constante. Porque de la gloria no se vive y de la victoria se vive muy bien.
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