Puede que muchos no lo recordéis, pero Torrente fue concebido como una caricatura del español casposo, de esos que ya no existían o al menos se escondían, avergonzados de exhibir su verdadero yo al público. La primera película de este abyecto personaje parido por Santiago Segura pretendía mofarse de un tipo de hombre que, por fortuna, ya había quedado atrás. Qué equivocados estábamos, qué inocentes fuimos.

Torrente era «español, fascista, machista, alcohólico y del Atleti». Así se publicitaba la caricatura hiperbólica del facha de toda la vida. Hoy echas la vista atrás y parece una ensoñación que aquello nos resultara divertido por excesivo. Las secuelas de Torrente se fueron sucediendo y el espíritu primigenio de la ridiculización de aquel personaje corrupto e indeseable se fue deslavazando. Las películas se convirtieron en un desfile de famosos periféricos y caídos en desgracia, que aprovechaban el tirón mediático para disfrutar de un último soplido de gloria.

Exprimido el limón, y quizá con ánimo de mostrar un rostro alejado del baboso que solo buscaba manosear cuerpos femeninos (hablo de Torrente, por dios, no se confundan), Santiago Segura adoptó un perfil más bajo haciendo remakes de comedias familiares que funcionan por cuestiones que se me escapan. Pero a mí se me escapan demasiadas cosas, no pretendo yo sentar dogma de nada y muchísimo menos de éxitos de taquilla.

El último Torrente se estrenó en 2014, diez meses después de que un partido ultra irrumpiera en el panorama español. Si alguien nos hubiera dicho en 1998 que hoy íbamos a tener cincuenta y dos diputados de una formación política a la ultraderecha del PP, nos habríamos tronchado de risa. Porque era, sencillamente, imposible que aquello ocurriera. Tampoco podíamos concebir que Torrente se hiciera carne y ocupara escaños. Pero, sobre todo, no imaginamos (no yo, al menos) la torrentización del PP, con los ultras ya fuera de su formación. Esto, lo juro, no lo vi venir.

El espíritu fascista, racista y hasta alcohólico («nena, ¿qué te pongo? ¿Vermú, cañita, un vino de Madrí, güisqui, te estofo el hígado con vodka, te empapo en absenta?») de Torrente se ha apoderado del PP, que va con la lengua fuera intentando dar caza al hijo pródigo que es Vox. Solo Madrid ha logrado engullirlo con un truco simple, pero eficaz: torrentizarse más si cabe.

En 2021, Díaz Ayuso arrasó en unas elecciones autonómicas agitando una sola palabra: libertad. Es tal la devoción que le tiene que todo lo empana en ella. La simpleza de sus animaladas da hasta miedo, pero lo cierto es que funciona. Lo último: convertir el concepto de ideología en anatema, no vaya a ser que a sus votantes les dé un día por pensar. O hacer propia la frase chusca con la que ha irritado, y con razón, a las víctimas del terrorismo de ETA. No ha necesitado gestionar para lograrlo: solo soltar un volquete de eslóganes huecos como una tubería. Soy libertaria y tabernaria, dice. «Y del Atleti», completo yo mentalmente. Porque me podrás quitar la ilusión de ver algún día un Madrid gobernado por la izquierda, pero no me quitarás jamás el sentido de la métrica ni la cinefilia.