Odio tener que decir esto, pero ni una sola vez a lo largo de mi ya dilatada existencia he conocido a un presunto apolítico que lo fuera de verdad. Lo comento en medio de los ecos que nos deja este 8M, una vez más dividido, una vez más mirando al dedo en lugar de a la Luna.

Me guardo la amarga reflexión para otro momento o para el final de esta columna, porque el cuerpo me pide chiste, como casi siempre. Verán: ayer, entre otras salidas de pata de banco, hubo una particularmente divertida: la de la savia nueva del PP intentando reventar una de las manifestaciones en Madrid. «Que te vote tito Berni» rezaba la pancartita de marras.

La chispa de las juventudes peperianas, siempre a la vanguardia del humor. Todo comenzó con aquel «que te vote Txapote» y la cosa se ha salido de madre. Cualquier día salgo yo en un canutazo gritándole a Feijóo «que te vote el chapapote», que rima mejor y deja un encantador aroma a hilitos como de plastilina en estiramiento vertical. No podemos atribuirle responsabilidad ninguna a Alberto de aquel desastre. Entonces era presidente de Correos por obra y dedo de José María Aznar. Pero oye, puestos a hacer ripios malos, no está de más recordar aquel capítulo medioambiental que tantas risas evoca, sobre todo a los gallegos.

Pero centrémonos, con perdón, que me escoro. Los alegres muchachotes que este 8 de marzo tuvieron la ocurrencia de salir a reventar la manifestación estaban liderados por Ignacio Dancausa. Quizá no todos sepan quién es Ignacio Dancausa. Yo se lo explico. De los Dancausa* de toda la vida, que diría Gomaespuma, este chico es el rostro visible, desde el pasado otoño, de las Nuevas Generaciones del Partido Popular. Es curioso, porque Dancausa júnior no era ni de izquierdas ni de derechas cuando presidió Libertad Sin Ira, una organización estudiantil que busca, dice, despolitizar la universidad. Quizá ayer quiso hacer el bien despolitizando la manifestación. Una es mayor ya y desconoce las novedosísimas estrategias de las nuevas generaciones.

Una entra al Instagram de Libertad Sin Ira y despolitización no es la primera palabra que le viene a la cabeza. Veamos: el mismo 8 de marzo en que el despolitizado líder de Nuevas Generaciones del PP salía a la calle con una pancarta, la asociación apolítica tenía programado un encuentro en la universidad con la apolítica Rocío Monasterio. No pudo celebrarse, eso sí, por pequeños detalles como no estar autorizado. Minucias.

Poco antes, esta asociación despolitizadora promocionaba un acto del ni de izquierdas ni de derechas Daniel Lacalle en la Francisco de Vitoria. Y otro más con Alfonso Serrano y Francisco Utrera sobre la degradación de las instituciones. Estos dos últimos señores tampoco son de izquierdas ni de derechas: solo son del PP, pero es casualidad. (Alfonso Serrano, por si no lo recuerdan, es este diputado de la Asamblea de Madrid que siempre encuentra cita en el día en atención primaria).

El espíritu del mantra «no soy de izquierdas ni de derechas» empasta muy bien con ese otro de «no soy ni machista ni feminista». Como si el feminismo y el machismo fueran términos enfrentables. Uno puede no haber vivido el Holocausto nazi y así y todo situarse rápidamente del lado de las víctimas, ¿verdad? Nadie (no al menos con dos dedos de frente) osaría decir: «Ni nazi ni judío: ciudadano del mundo». Pues bien, esa falsa equidistancia entre machismo y feminismo es la que practica una buena parte del apoliticismo.

Ayer, para constatar lo lejos que se encuentran del feminismo, los cachorros peperos decidieron meterse con una pancarta a disfrutar del espectáculo desde dentro. Es una pena que no se encontraran con una manifestación machista para demostrar que machistas tampoco son, que están en el medio. Estorbando, vamos.

Resulta curioso que, después de darnos la turra con la cantinela de que el 8M de 2020 fue el origen de todos nuestros males pandémicos, Dancausa y sus dancausitos eligieran este mismo evento para promocionar su equidistancia ideológica, pudiendo haberlo hecho en un estadio de fútbol, mucho más acorde a su manera de ver el mundo. O en un acto de Vox, como aquel celebrado, también ese famoso 8M, por un Ortega Smith infestadito de coronavirus en Vistalegre. Es lo que tiene no ser de izquierdas ni de derechas, ni machista ni feminista: que te lo juegas todo a cara o cruz y siempre emerge la cruz, por lo que sea.

En paralelo, la despolitizadora Libertad Sin Ira publicaba un post hablando de una empleada de la limpieza que ayer tuvo que quitar pintadas feministas. Porque se ve que la pintura morada es la única indeleble y que otras muchas las quitan con alegría, claro que sí. Está muy bien que un partido al que le ha costado años reconocer los derechos de las limpiadoras de repente se erija en su defensor. Ay, perdón, que esto es de la asociación despolitizadora, no del PP. ¿Ven cómo me lío enseguida?

A Dancausa y sus acólitos le dan igual los problemas de la limpiadora de la universidad. Como le dan igual los de cualquiera de las mujeres que ayer salieron a defender sus derechos. Los de todas. Porque, y ahora me voy a poner seria, el problema no son las diferencias entre los feminismos, que son muchas y necesitamos resolverlas. El problema está fuera, en la gente ni de izquierdas ni de derechas, ni machista ni feminista, que se ha colado en esa brecha abierta y la está agrandando. Llevamos demasiado tiempo subrayando lo que nos separa y ellos lo saben. Que hayamos caído en la trampa más simple, la del divide y vencerás, me deja un poso muy amargo. Ojalá no volvamos a permitirlo.

*Ignoro si Ignacio Dancausa pertenece a la familia de Concepción Dancausa, una apolítica del ala dura del PP hija a su vez del ni de izquierdas ni de derechas fundador de la Fundación Francisco Franco, el falangista Fernando Dancausa. Espero que ustedes me iluminen en este nuevo sinvivir.