Imagino que a estas alturas nadie habrá que no se haya enterado de la última adquisición de Ana García Obregón. El revuelo ha sido tal que la noticia ha trascendido más allá del papel cuché y todo el mundo, desde su particular tribuna, debate como si le fuera la vida en ello. Allá voy yo también, que para eso tengo un blog y me lo costeo yo. Hablemos de altruismo.

Verán, si me preguntan a mí, en este asunto me estallan todas las costuras de la ética como si fueran un vaquero de cuando tenía 16 años. Están ahí, pidiendo clemencia, rogando que aflojen o que las corten. Porque si el tema de los vientres de alquiler plantea de por sí demasiadas dudas (por decirlo suavemente), el hecho de que lo haga una persona a) de casi 70 años b) buscando mitigar su soledad me deja sin palabras.

Pero dejemos de momento a Ana: yo quería ampliar el foco hacia el liberal promedio. Los liberales buenos-buenos, los de toda la vida (vamos, los que votaban a Ciudadanos y antes al PP y ahora al PP de nuevo), salieron ayer cual legión de mosqueteros a defender la honra de la presentadora. Que quién le va a quitar su derecho a ser madre. «Derecho», dijeron. Yo he estado buscando en la Declaración de los Derechos Humanos y nada. Después, en la Convención de los Derechos del Niño y me temo que peor aún.

Después, ya más ordenaditos, salieron a dejar sus mensajes en defensa de la gestación subrogada: primero, el pecio de Cs (Begoña Villacís), y luego, el PP. Dejemos en el aire que en 2017 a los azules se les ponían los pelos de punta con esto mismo, pero se ve que los diez escaños de Ciudadanos no hay que dejarlos escapar.

Voy por partes, porque este melón es lento de abrir. Villacís, que desde que creó su Madrid Date Cuenta se pasa el día de puntillas para salir en la foto, soltó dos perlas dignas de mención. La primera, que defendía la gestación subrogada por altruismo. La segunda, que defendía la gestación subrogada voluntaria, no obligatoria. El señor Perogrullo salió a leer el segundo tuit y todavía está encerrado en su casa, con temblores.

Hay una paradoja en el mundillo liberal con doble carpado hacia atrás que me tiene fascinada. El liberal medio se enfrenta con uñas y dientes (de tiburón, o de lobo de Wall Street) a su obligación de pagar impuestos. Es decir, clama por no contribuir a que haya servicios esenciales para todos. Que se lo paguen. Que se esfuercen. Que meritocracien. Esos servicios son para él, pero sobre todo para la gente que no se puede permitir un seguro privado. En paralelo, defiende el inexistente derecho a la maternidad y a la paternidad, y sobre todo a que se les dispensen los niños que precisen vía vientre ajeno. Curiosamente, los vientres disponibles suelen ser los que más precisan de la solidaridad de los impuestos que los compradores de sus hijos les niegan.

Dicho de otro modo, el liberal gusta poco de ser solidario con quienes lo necesitan, pero mucho de que lo sean con ellos. Yo estoy ya acostumbradísima a sus leyes del embudo: qué mal las paguitas, pero qué bien los rescates bancarios. Qué mal las becas a los pobres, pero qué bien a los que sacan más sobresalientes (que, casualmente, estudian en esas empresas llamadas colegios privados). No sé si me siguen. Al liberal le gusta el altruismo de abajo arriba, señora.

Ayer vimos a Ana García Obregón salir del hospital con su recién nacida compra en brazos. La adquirente iba en silla de ruedas. Esto nos resultó chocante a no pocas personas, puesto que tal elemento, en un contexto obstétrico, se puede entender cuando hay una episiotomía o una cesárea. Alguien añadió en Tuíter, ese gran foro en el que todos tenemos razón, que era una cuestión de protocolo. No sé, Rick: yo ahí veo una transacción económica. Que alguien salga de un hospital en silla de ruedas cuando su única función en la obra ha sido soltar una morterada es como si a mí me hubieran puesto una al salir del notario cuando firmé las escrituras de mi piso. Y ya les digo que salí más vapuleada yo entonces que Ana ahora.

Esta mujer pagó un pastizal, como antes lo han hecho muchos otros famosos y no famosos. Hombre, tienen derecho a ser padres y madres, ¿no? Lo dice la Constitución. Y la Convención de Ginebra. El liberal de bien, sin embargo, lo que pide es no comprar el bebé, sino que se lo regalen. Altruismo. ¿Se imaginan a la gente de bien diciéndole a la vecina: «Uy, Pitita, ni te preocupes por vuestra infertilidad. Yo le pido ahora mismo a mi ginecólogo de guardia que me haga una fecundación in vitro en mi salita de engendrar y en nueve meses tienes tú aquí a tu Borja sano y gordote. Lo hago por ti, que somos amiguis»? Nah, yo tampoco.

Lo dicho: cuando un liberal dice «altruismo» en este contexto, lo que quiere decir es que una mujer en riesgo de exclusión tiene derecho a tener náuseas, engordar, a que se le descuelgue el pecho y después el vientre. A que le salgan varices y hemorroides. También a tener ciática, a guardar reposo si la situación lo exige, a padecer un ataque de preeclampsia que ponga en riesgo dos vidas. A soportar todo eso alrededor de cuarenta semanas. A desprenderse del bebé nada más haya nacido este. Tiene derecho a que le corten químicamente la subida de la leche. A quedárselo si el niño viene con defecto de fábrica o sale feín o renegrido porque, claro, estamos hablando de un acuerdo de compraventa.

El liberal de categoría tiene derecho a todo y los pobres, pues depende. Si es a fabricarles hijos, p’alante. El liberal es descendiente directo de los burgueses que azuzaron a los antepasados de sus gestantes a tomar la Bastilla porque ellos, los burqueses, eran más de organizar algaradas que de dejarse la vida en ellas. «¿No tenéis con qué alimentaros? Pues id a liarla y de paso les decís que nosotros queremos privilegios». Siempre ha sido así. Y así seguirá siendo. Si les escuchan hablar de libertad, recuerden: hablan de la de ellos. Hablan de que ustedes pongan la cabeza en el suelo para que ellos la pisen. Solo me falta, en este cuadro, Froilán Antoinette diciéndole al pueblo que coma pasteles.