No podría ser política. Primero, por mis tuits. Si (Thor no lo quiera) un día se me cruzaran los cables y terminara siendo candidata a algo, duraría tres minutos en un partido. Lo que tarde cualquier prospector de Tuíter en entrar en mi cuenta. Pero aun sin significarme tanto, no podría. No soportaría la idea de tener que defender agónicamente las proclamas de un partido. O los jirones de una formación que se ha ido al retrete.

Begoña Villacís, sí. Ella es capaz no solo de eso, sino de haber representado a unas siglas durante años, ofrecerse al enemigo públicamente, ser escupida en la cara por el enemigo (públicamente también) y regresar al nido. Sin despeinarse. De hecho, acaba de sacar una campaña diré que curiosa (me guardo el adjetivo más adecuado) con un sugerente y misterioso encabezado: Madrid D. C.

Reconozco que, antes de conocer el verdadero significado de las siglas, he pensado en qué podría querer decir. ¿Después de Cristo? ¿De Cospedal? ¿Desokupando Chabolas? Begoña se agarra al poder con lo que le queda de uñas y promete lo que sabe que no podrá cumplir ni aunque viviera en Todo a la vez en todas partes: atraer inversores a la capital (sí, las siglas D. C. corresponden a «Distrito Capital», sea lo que sea esto) y convertir Madrid en la metrópoli de moda.

Y a ver. Tenemos a un alcalde que acumula un déficit de más de 350 millones sin sumar el superávit de Carmena. Que cambia árboles por cemento. Que ofrece devolver refugiados a Kiev para luchar contra Rusia. Tenemos una presidenta regional que se va de rositas porque lo de su hermano no es ilegal, aunque sea feísimo. Una presidenta que no rindió cuentas por su gestión de la pandemia. Que protege la sanidad y la educación (privadas). Que gasta millones en un hangar infrautilizado. Con un número dos de partido y un número dos de Asamblea recibiendo ayudas para familias vulnerables. Al ver «Madrid D. C.», leí para mis adentros: «Madrid, date cuenta».

Yo nunca entendí al votante de Ciudadanos. Lo confieso y pido perdón de antemano por si alguno se ofende (ja, ja, ja, no). No es que tenga yo el monopolio de la razón (de hecho, puede que sea la que peor la defienda cuando la tiene de verdad), pero es un partido del que nunca he sabido a qué jugaba. Primero sacaron a su líder en bolas en Cataluña, un poco como diciendo «aquí estoy, puro, sin adulterar, como la nieve». Cuando saltaron a la arena nacional, se definieron como socialdemócratas flojitos. Luego, como liberales.

Por último, se desataron y se fueron a la Plaza de Colón a vender bandera. Otra confesión: «lüberalles», ese palabro con el que saludo en Tuíter cada mañana, tiene en mi cabeza la forma del simpatizante de este partido. Por fuera habla de impuestos excesivos, de criptomonedas o de libremercado, pero por dentro va rellenito de patria y golpes de pecho.

Begoña ha sacado una lona con la que se podría tapar la vergüenza colectiva que nos ha producido lo de los políticos acogiéndose al bono energético, con un D. C. que nada tiene que ver con Batman y un número de móvil para guasapear. Un poco a medio camino entre película de tarde de Antena 3 y western de los noventa. Salía yo el otro día de una de las piscinas municipales de Madrid Distrito Capital cuando me encontré con la réplica en formato marquesina del cartel godzillesco. Y tuve la tentación de escribirle unas líneas: «Begoña, tía, chat ya, tía. Que tenéis menos futuro que Ortega Smith yendo al peñón a por tabaco. Guarda los dineros para empezar un nuevo proyecto; ¿qué tal una gira de monólogos de tirarte por el suelo de la risa como los de tu excompañero, el filólogo?».

Luego me contuve, porque desde que me he enterado de que no tenemos libertad de expresión temo decir cualquier cosa que me enfrente a los poderes fácticos. A ver, yo doy más el perfil de apoyar la dictadura de Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, pero los tiranos es lo que tienen, que nunca sabes por dónde te van a salir. Y mira, ya no tengo edad de ir a la cárcel, qué pereza. Hay que aprender de los represaliados: yo miro de reojillo a Girauta o a Marcos de Quinto, incluso al propio Cantó, y están tan calladitos, tan sin dar su humilde opinión sobre nada por temor a las consecuencias, tan ausentes, que me retraigo y me autocensuro.

Bueno, mejor así. Mejor no haber hablado con ella, porque a Begoña la veo ilusionada con su Distrito Capital. Tanto como aquel eufórico Albert Rivera aspirando con fruición el aroma de Lucas y pronunciando su profético «snif, huele a leche». Lucas, sí, ¿recuerdan? Fue aquel perrete de campaña, como lo fue Pecas en la de Esperanza Aguirre. Pecas, sin embargo, supo hacer carrera: ya hablaba, en su momento de gloria, de comunismo o libertad. A Pecas le ha ido la cosa mejor que a Lucas, las cosas como son. Pecas. Lucas. El de Vox debería llamarse Rocas. Y que lo pasee Ortega Smith. Y que sea un dóberman. Ay, ya paro, que no dejo de diseñarle la estrategia al centrismo extremo.

Aquella leche se olió. Ya lo creo que se olió. Sonó y todo. Y de aquellas leches, estas lonas. La futura ex segunda de a bordo del Ayuntamiento de Madrid ha hecho numerosos méritos para conservar su puesto, pero su jefe ha perdido el poder que ostentó en favor de Madame la Présidente. Espero con ansia que el último bastión en pie de Ciudadanos publique algún día sus memorias de vicepresi. Yo le dejo el título en bandeja: Madrid, Date Cuenta.