Ando este Jueves Santo más nerviosa que Ana Obregón en el sorteo del Niño. Pero la bióloga, presentadora, actriz, personaje del papel cuché y paellera mayor de Steven Spielberg no tiene cabida aquí a pesar de los últimos y macabros giritos de guion: ya le dedicamos la atención reclamada hace siete días. No, no. Esta vez la cosa va por otros derroteros.

La gente de mi generación recordará los burletes. Los más jóvenes ni siquiera habrán oído hablar de ellos, aunque existir, existen, como tantas otras cosas condenadas al olvido mediático. Y es que en los setenta y ochenta estos cachivaches se anunciaban en televisión. Intento recuperar en la sabana de mi memoria el nombre comercial particularmente cantarín de una de las marcas (si es que había más), pero no lo logro. ¿Tesamoll? Me quiere sonar.

Tres párrafos para explicar lo que son los burletes, válgame el Señor. Son unas bandas acolchadas que se pegan en el interior de los marcos de las ventanas para evitar que se escape el calor. Era la manera que teníamos en los ochenta de pagar menos de calefacción. Con las nuevas carpinterías climalit y esos cierres primorosos, seguramente los burletes hayan ido cayendo en desgracia, pero aún somos muchos los que los necesitamos. En concreto, la izquierda española enterita.

Desde que Sumar comenzó a hacer ruido en el panorama político, la izquierda a la izquierda del PSOE se ha ido disgregando hasta convertirse en…, bueno, hasta convertirse en la izquierda a la que estamos acostumbrados. Aunque en realidad todos esos micropartidos han vuelto a conformar dos bandos y andan a la gresca entre ellos. La izquierda es ese espacio político condenado a dividirse por matices imperceptibles y a entenderse ante divergencias graves.

Ahora mismo, la izquierda es una casa con unas ventanas cuya pésima carpintería exige burletes para que no se le escape la energía en forma de votos. Pero es que los dueños de esa casa prefieren tirarse los mojones a la cara y acusar al otro de que dentro hace frío. Y eso ahora, que estamos en abril; cuando asome el invierno, a finales de año, tendrán los labios morados y las manos agarrotadas, y continuarán exigiéndole responsabilidades al conviviente. Pero ¿solucionarlo poniendo burletes? Por favor, ¿por quiénes nos toman? ¡Esto es la izquierda!

Todos sin excepción sabemos que, de haber alguna posibilidad de entrar en calor, la solución pasa por los pactos. Sin embargo, hay algo en la izquierda, o en alguna izquierda, que se condena al martirio porque disfruta más del dolor que del placer. Un poco como David Carradine en su última paja. Y todos sabemos cómo terminó la experiencia.

¿Quién no quiere pactar? A saber. La percepción que yo tengo es que una persona que ya no dirige uno de los partidos sigue marcando el ritmo con la batuta, y que prefiere el ruido a la calma y el caos al sentido práctico. Alguien a quien aprecio y que conoce bastante la política desde dentro refrendaba mi opinión esta semana durante una distendida charla, y añadía que esa persona de la que yo les hablo tiene pinta de aburrirse durante los Consejos de Ministros. Que cierta prensa ultracentrista esté dándole la razón al político más lenguaraz para quitársela a la facción más pragmática no hace sino confirmar mis sospechas.

Dicho de otra manera, hay una izquierda dispuesta a bajar un par de puntos su velocidad para aterrizar su programa y ponerlo en práctica, y otra a la que le gusta más teorizar sobre revoluciones y estar en la oposición, que es donde de verdad disfruta de su manera de entender la política. No deja de ser mi opinión, que probablemente me cueste hoy alguna que otra bronca. La asumo. Probablemente pase de ella para ir a comerme una torrija a casa de mi madre, también voy avisando.

La izquierda necesita burletes para que el calor que se ha logrado generar en estos años no se escape por las rendijas de las urnas. Sin ellos no somos nada; con ellos podemos obrar un milagro, ahora que estamos en tiempo de resurrecciones.

Y hablando de fugas, no quieran saber cómo anda la cosa en Ciudadanos; pero de poco sirven unos humildes burletes con el edificio en ruinas.