Queda un mes para las elecciones municipales y autonómicas y medio para que comience la campaña electoral, y ya llevo vistos dos bailes: el de un niño rubio a ritmo de rumbita por el Parlament y la versión unplugged de Ayuso y su «ganas de morir con ganas». ¿O era «de Madrid»? Estos últimos cuatro años, capital y verbo se han solapado tantas veces que me confundo. A lo que voy, que me voy: apenas se ha abierto la veda y ya exudo vergüenza ajena por todos los poros de la piel.

Para completar la terna del ridículo, la Présidente de la Liberté de nuevo: un grupo de tunos que ya se medican para la tensión la esperaban a la salida de la entrega del Premio Cervantes. Como la tuna por sí sola no espantara lo suficiente, uno de los uniformados le gritó antes de arrancar a cantar (por favor, escúchenlo en sus cabezas con ese tonito castizo tan de otra época): «¡Morena! Que entre lo que se te ve y lo que me imagino…».

En ese momento, Díaz Ayuso, vestida con un traje malva —el mismo malva que lucían Belarra y Montero el día en que las dejaron solas en la reforma de la Ley del «solo sí es sí»— e imbuida seguramente por el espíritu feminista que da ese color, se encaró al imbécil que le había gritado semejante procacidad y le dijo: «Vamos a ver, cretino. Me han elegido presidenta dos veces. En breve renovaré mi mandato. ¿Quién eres tú para decir esa burrada, y además en público? ¿Te hace gracia ejercer de machirulo delante de alguien que ha llegado mucho más lejos que tú? ¿Qué se me ve y qué me imaginas, lelo?». Ja, ja, ja, ja, ja. Que no. Sonrió y se puso a bailar mientras le cantaban el Madrid, Madrid, Madrid.

Como dice una amiga a la que quiero muchísimo, no podemos pretender que todas las mujeres sean feministas, pero sí hay que estar a su lado por si desfallecen. Pues eso. Intentaré obviar el hecho, aunque me cueste, y vuelvo a lo que intento contarles hoy.

El ridículo es algo que cada cual toma o suelta, según el momento y hasta la edad. Yo, conforme me voy haciendo mayor, lo paso peor al ver a otros exponiéndose a él y, al mismo tiempo, me da más igual hacerlo yo. Paradojas de la vida, o reacciones químicas del cerebro, vaya usted a saber. Cada vez transijo menos y me permito más.

Pero no es menos cierto que yo hago el ridículo por el puro placer de hacerlo, porque me gusta reírme hasta de mí misma o de mí misma por encima de todo, y esta otra gente se somete al escarnio a cambio de votos. El «dame pan y dime tonto» de toda la vida, vamos. En esa carrera demencial por rascar poder nos espera de todo, ya voy avisando.

Y esto ni siquiera es lo peor. Lo peor, damos y caballeras, es que por auparse a un par de alcaldías o autonomías más hay quienes son capaces de irse a Bruselas a meter mierda con el único propósito de sacar a Pedro Sánchez de Moncloa. Que yo me imagino a los eurodiputados haciendo corrillo al ver a Dolors Montserrat aparecer: «¡Chist, por ahí viene la eurodiputada que te disgusta, actúa normal!».

Ya saben de qué hablo. Esta vez la cosa va de Doñana, de no dejar que Vox les gane la carrera, de regadíos ilegales, de sacar agua de donde no la hay, de amagar y, finalmente, de salir por peteneras. A este nuevo ridículo del PP en el exterior lo llamaré «sentido de Estado el que tengo aquí colgado».

Me he perdido en las veces que ese constitucionalistísima Partido Popular ha salido a Europa a enfangar. Recuerdo a aquel Pablo Casado cuñadeando ante la mirada estupefacta (a cámara) de Angela Merkel. O el timo ibérico de Feijóo. O las veces que han intentado dinamitar la política de financiación de los fondos Next Generation. Llevan hecho tal ridículo con la economía que no les ha quedado más remedio que claudicar y están intentando abrir otras puertas. «Is veri díficul todo esto», que diría otro europeo insigne.

Entre los hitos recientes del ridículo no podemos olvidar el de un PP llamando a las puertas del cielo (evangélico) con vergonzosas consecuencias. Te estás luciendo, Feijóo, gloria a dios, aleluya, hermano, amén, aleluya, amén. Dejo para el final el glorioso directo de un Maroto siendo Maroto delante de Silvia Intxaurrondo, que lo retrató de nuevo. Digo «de nuevo» porque el habitante más célebre de Sotosalbos cuenta sus apariciones en términos de ridículo. Empezando por su propio enlace matrimonial.

Un mes nos queda, amiguis. Un mes de ridículos encadenados en los que, según estemos superando el rubor que nos ha provocado uno, nos sonrojarán con el siguiente. Atrás quedó el abrazar niños y ancianos, porque en esa carrera por conquistar el esperpento («Make Ridículo Great Again»), los bailecitos y el agitprop de Indas, Negres y otros mantenidos subvencionados vienen pegando fuerte. Agárrense al asiento: vienen curvas.