Ayer volví a escuchar a Feijóo en su versión más Rajoy y es que no me canso, se lo juro. Ese Feijóo que se muestra tal cual es, sin filtros, no será el mejor gestor, como ya ha demostrado durante años en su región de origen, pero como caricato no tiene precio.

Fue en Cádiz, el punto sur de la comunidad más al sur de la península, esa de la que tantas veces se han mofado los propios integrantes del PP, desde Ana Mato hasta Isabel García Tejerina. Mi hija, que es andaluza, no sé si podrá o no compararse con los niños castellanoleoneses en competencias educativas, pero ya les voy diciendo yo que de analfabeta tiene bien poco. Pero como esta columna no la creé para glosar las virtudes de mi descendencia, vuelvo a lo que me ocupa.

Feijóo anduvo ayer por aquellas tierras al sur del sur, como les decía, y llegó advirtiendo. «Tengo la pupila dilatada», dijo, como si no nos hubiéramos dado cuenta. Y es que últimamente a Alberto la pupila le va por libre. Ante un escenario como es Cádiz, uno de los lugares más encantadores y luminosos no ya de este país nuestro, sino de cuantos conozco, va y se le dilata.

El ojo necesita adaptarse a la luz que hay. Cuando sobra luz, la pupila se reduce casi hasta tener el tamaño de la cabeza de un alfiler. Es su ausencia o escasez la que las dilata (también la cocaína, pero eso aquí no procede). No les cuento nada nuevo, ya que el ojo funciona como el diafragma de una cámara, creada a imagen y semejanza de este órgano nuestro.

La pupila, pues, funciona por adaptación. Pero la de Feijóo, como les decía, va a su bola. Ella necesita libertad, ¿entienden? Funciona así, fuera de toda norma y toda convención, fuera de toda lógica y toda necesidad. Tú a la pupila, en un lugar en el que hay luz para derrochar hasta en la desembocadura del Guadalquivir (que me perdone el tal-Iván), le pides que se contraiga, que se empequeñezca, que exista lo justito; la luz entra casi sola, ¿no? Pues a ponerse de perfil, como quien dice. Pero no. La pupila de Feijóo es caprichosita y reclama espacio propio.

A menudo la pupila de Feijóo se comporta al revés de lo que le corresponde y él la justifica: «Es que acabamos de salir de un túnel», dirá tímidamente. Otras veces le advierten de que se le ha vuelto a expandir cuando no toca y él hace como que no se entera, como si no fuera con él. «Pero escucha, esa pupila, contrólala, por dios, que las consecuencias pueden ser fatales». Feijóo, ante la advertencia, pues igual se te pone a hablar del tiempo, de que los tomates ya no saben como antes o del timo ibérico: lo primero que le venga a la cabeza.

¿Qué puede ocurrir si se te dilata la pupila cuando no toca? Sin ser yo óptica ni optometrista ni pupilóloga, diría que demasiada entrada de luz puede enceguecerte. Un poco como cuando sobreexpones una foto y aparece el dichoso efecto quemado: apenas se ve nada en la imagen, como si la hubiera arrasado un incendio de los gordos. Uno como el de la Sierra de la Culebra, para que me entiendan.

Y esa es la sensación que me da: que, si Feijóo continúa con el problema de la pupila a lo largo de esta campaña que se me antoja larguísima (y no ha empezado), va a terminar quemadísimo por dentro. Quizá le urge visitar al oculista y no se está dando cuenta: las pupilas dilatadas, cuanto antes se traten, mejor. Que a saber lo que esconden.