Seguro que todos ustedes tienen a uno de esos todólogos en su entorno, uno de esos que sabe de todo, que es capaz de enmendarle la plana a un músico sin haber cogido la guitarra ni para acariciarla, a un artista plástico sin haber pintado después de terminar Primaria o a un literato sin haber escrito más que un par de correos electrónicos al día. Los todólogos son irritantes ad nauseam. Son esas personas que te explican cómo llegar a sitios cinco minutos después de haberlo aprendido ellos, que no son de la ciudad, pero con una autoridad digna del taxista más veterano. Los todólogos son los jubilados mirando obras de la vida.

La todología es el área favorita del cuñado promedio. Entiéndase «cuñado» como señor (sí, suelen ser señores, ya lo siento) que de todo necesita opinar, no del hermano de sus respectivas parejas, si es que las tienen. Un buen todólogo lee en diagonal la primera página de una disciplina, sea cual sea, y te la explica como si la hubiera creado él. El todólogo (no confundir, por favor, con el cantamañanas) no necesita estudiar nada porque ha ido a la universidad de la vida: cuando tú vas, él ha vuelto cien veces. Aunque tú vayas a la India y él vuelva de comprar el pan. Eso es lo de menos.

Pues bien, la expresión máxima de los todólogos ha llegado ahora. Ellos saben cosas que tú no sabes porque ellos han visto la luz y no forman parte del rebaño. El rebaño es, en general, gente que cree en las evidencias científicas, que ve estelas de condensación donde ellos ven millones de químicos con los que, según el día, nos fumigan para provocar lluvias, para que no haya lluvias, para que nos rocíen como rociaron con napalm a los vietnamitas, para esterilizarnos o para dejarnos embarazados. Hay un amplio menú donde elegir.

Los todólogos actuales han visto la luz, han despertado. Llevan a menudo un ojo abierto en sus perfiles de redes sociales porque los demás vamos con los nuestros cerrados y ellos son el faro que nos guía. Curiosamente, todos estos iluminados de pensamiento exclusivo e intransferible refutan a la ciencia exactamente con las mismas palabras, que son las que le escucharon una vez a un señor inteligentísimo y doctorado en cosas. Nunca encontrarás evidencias de sus estudios universitarios, pero antes o después te va a vender criptomonedas.

Como no podía ser de otra manera, los todólogos saben de todo. En realidad siempre lo supieron, pero estaban ahí, agazapados, esperando su momento. Sabían que existían las psicofonías y los ovnis cuando solo cuatro flipados, alguno hasta con programa propio, les hablaban de unas y otras. Ahora saben que la Tierra es plana. Que lo de que la Tierra es redonda es masónico y satánico. Que la pandemia no existe y a la vez es un virus creado en un laboratorio chino. Saben que cada persona que muere joven lo hace por efectos secundarios de la vacuna, porque antes nunca moría nadie antes de tiempo. Saben que Bill Gates nos mete grafeno en las vacunas para controlarnos con un microchip. Que hay una secta satánica y pedófila en el gobierno de los Estados Unidos.

Tienen clarísimo que manipularon las elecciones en aquel país y creo que también en Brasil. Que Stephen Hawkins era un muñeco satánico y que el yoga también invoca al Diablo. Que poner vinagre blanco en la ventana elimina los chemtrails del cielo. Saben que nos confinaron cuando el covid para que miles de naves nodrizas nos abdujeran. Que hay actores que murieron, pero nos hacen creer que están vivos porque los van suplantando con una máscara de silicona. Se hacen gorritos con papel de aluminio que los protegen de grandes desastres y hacen juegos cabalísticos con números y anagramas con letras para sacar conclusiones absurdas. No me estoy inventando estas teorías, ya quisiera yo tener tanta imaginación: andan por ahí, colgadas en las redes.

Podría seguir, pero no les cuento nada que no conozcan. Más allá de conspiraciones, los todólogos de pura raza saben de economía y les dan unas lecciones sobre el mercado bursátil plagadas de neologismos y aprendidas en seis tutoriales de YouTube. Los todólogos, por supuesto, creen ciegamente en el poder del reiki y en prácticamente cualquier pseudoterapia que les pongan por delante, y sin duda saben que el cáncer lo provocan las malas rachas emocionales y lo cura el zumo de limón. Y ahora que me viene Mariló a la cabeza, sin dudarlo un buen todólogo del siglo XXI sabe que el transplante de un órgano te traslada la personalidad de su propietario original.

Todo esto sería más o menos gracioso si no fuera porque a todos ellos los mueve cierto sector de la ultraderecha. ¿Cree Steve Bannon que los demócratas estadounidenses tienen una red pedófila y ofrecen sacrificios a Satanás? ¿Cree Santiago Abascal que la vacuna es el mal entre los males? ¿Acaso los medios que ahora ensalzan a ese macarra llamado Dani Esteve piensan sinceramente que en lo que doña Mercedes baja a por el pan le okupan la casa? Por supuesto que no. Tiene la misma enjundia que esas dos carreras que dicen que ha estudiado. Ya han visto lo sucedido con Fox: no son medios de comunicación, sino embarradores de la política. Pero todo esto hace que el colectivo de los todólogos les entregue su voto sin dudarlo. Son sus faros, sus guías, sus luces y sus nortes.

Esa extrema derecha que habla el mismo idioma en todas las partes del mundo ha tejido una extensa tela de araña. Y en ella, los todólogos, como bichitos atontados, terminan cayendo. Y, mientras la araña los devora, los todólogos nos miran a nosotros, las ovejas, y ríen. Ríen muchísimo sin ver que el peligro lo tienen debajo, encima, al lado y hasta dentro. El domingo tenemos elecciones. Dios nos coja confesados.