Hoy me van a permitir que me ponga en modo Sálvame, que hasta este cuerpo que debió de caerse en una marmita de urnas electorales está hartito de comicios. Bueno, este es el propósito de inicio de columna: veremos cómo acabo, que me conozco. Resulta que Almeida se nos ha echado novia. Sí, sí, novia, con a, como lo leen. No, noria, no. Novia.

Cada vez que siento un soplo de aire vanguardista patrio en la nuca me dedico a mirar la prensa conservadora para que se me pase. No hay como darse un baño de realidad en las páginas del cortesanismo del que se nutre la gente de bien. Para la información elijo lo demás, pero ¡no me digan que un buen enlace monárquico y católico no le pone a una el ánimo a tope!

Ella también es gente de bien. Teresa Urquijo y Moreno. Borbona, joven y taurina. Si hay mejor manera de presentar en sociedad a tu novia veintidós años más joven que tú que Las Ventas, que baje dios y lo vea. Solo les faltó una tía carnal mirándolos desde el asiento de al lado con rostro adusto, abanico en mano y mantilla al viento, para completar la estampa más vivaspaña de cuantas recuerdo en este ya avanzado siglo XXI.

Una boda de postín como la que terminará no celebrándose exige que le apeemos a Almeida esa reducción cuasi obrera de su ilustre apellido y lo llamemos como merece: don José Luis Martínez-Almeida Navasqüés, educado en el opusísimo Retamar, abogado del Estado el que tengo aquí colgado (como sus dos abuelos) y tan de bien como su borbónida partener.

Don José Luis Martínez-Almeida Navasqüés es hijo de Rafael Martínez-Almeida y León y Castillo y de Ángela Navasqüés Cobián, a la sazón presidenta en su momento de la Confederación Española de Antiguos Alumnos de la Enseñanza Católica. Su abuelo paterno perteneció al Consejo Privado del Conde de Barcelona, que venía a ser el grupo de amiguetes del padre del Emérito. Es decir, que las conexiones entre la borbonicidad y la almeidicidad vienen de largo. A la que rascas un poquito en el árbol genealógico de la gente de bien te huele todo a Eau de Endogamie que da gusto.

Llevamos apeándole el apellido aristocrático al alcalde de Madrid desde que hará cuatro años nos enamoró con su labia y su capacidad de gobernar. Quizá lo de reducir su persona (con perdón) a un solo apellido, para colmo de origen árabe, era una forma de acercarlo al pueblo. Pero ¿hay algo más bonito para el pueblo que un aristócrata decidiendo por y para ellos?

Don José Luis Martínez-Almeida Navasqüés por fin ha dado un puñetazo en la mesa y se presenta como lo que es: un señor rodeado de lujo y rancio abolengo y, en consecuencia, perfecto para ejercer de político en Madrid. A mí, en particular, me sedujo el día en que salió a borrar grafitis. Se pasó sus buenos minutos frotando para no sacar ni medio gramo de pintura. Una de las más hermosas metáforas de la gestión vacía de un alcalde que no estaba hecho para trascender como político, sino como enamorado.

Me dio por recordar, al saber que el señor Martínez-Almeida Navasqüés bebe los vientos por Teresa, otros amoríos míticos. Amoríos, no armarios. ¿Pero qué te pasa a ti hoy, que estás sorderas? Me acordé, yo qué sé, del de Elton John con Renate Blauel, allá por los ochenta, que terminó en boda. O del de Ana Obregón con Miguel Bosé. Qué decir del que protagonizaron Jesús Vázquez y Marlene Morreau, con aquellas imágenes de él abrazando los pechos desnudos de ella. ¿Y cómo olvidar a Chelo García-Cortés con José Manuel Parada?

No hay enlaces más bonitos que los que saben a regio. Y este lo es. Una borbona y un almeido. Ya está el cortesanismo patrio aplaudiendo que dos familias tan buenas se unan, y no faltan comentarios trufados de sensatez, como el de Carmen Lomana llamando «pin» al regidor de la Villa y Corte. Una novia presentada en los toros. Una boda ungida por otro ilustre de horizontales apellidos, don Josemaría Escrivá de Balaguer y Albás. Solo me sabe mal el bocado a la Amazonía que le van a pegar tan anchas invitaciones. No van a caber en el buzón.

Todo es muy cabal, muy dentro de la norma. Feijóo se estrenará, si dios quiere y la pasión aguanta, asistiendo a un enlace de los buenos, como tienen que ser, alejados de bodas estrafalarias como la de Javier Maroto, a la que tuvo que acudir un Mariano Rajoy que había tenido recurrido el evento mismo en el Constitucional. La vida, qué juguetona es a veces. Me alegro por Don José Luis Martínez-Almeida Navasqüés. Llámenlo así a partir de ahora, que es su verdadero nombre. Y festejen, festejen esta boda tan linda, tan «amo a Laura». Ellos también esperarán hasta el matrimonio. Imagínense que esperan más. Imagínense que esperan siempre.