Quienes me conocen me lo han oído y leído muchísimas veces, pero como este espacio me lo costeo yo, me repito: la gente que más reivindica el castellano frente a otras lenguas oficiales (vamos, la derecha) es la que peor lo habla, lo escribe y lo entiende. Es así, no me pregunten por qué. Hoy voy a hablarles de dos subespecies que habitan esa franja del arco político: los literatos y los inauditos.
Las coaliciones de derechas han entrado en tromba en las instituciones municipales y, sorprendentemente, también en las autonómicas. Digo «sorprendentemente» porque ese bastión en el que se convirtió la Comunitat Valenciana —váyanse acostumbrando a cambiar las tes por las des— tardó en ponerse de acuerdo lo que tarda en freírse un huevo. He echado polvos de pie más duraderos que esa primera reunión.
Menos mal que en el próximo gobierno valenciano están salvados en lo que a cultura se refiere. Ya se va notando la mano de Vicente Barrera, el conseller de la cosa, un torero que casi casi terminó Derecho (esto no me lo invento yo: así se vende), pero sintió la llamada de los cuernos entre la turra del Derecho Romano y la ultraturra del Derecho Civil. Total, que soltó los libros a puntito de licenciarse, cogió el capote y la montera, mató unos toros, se hizo de Vox y alcanzó la gloria, no sin antes pedir a sus seguidores que lo ayudaran a elegir entre Duce o Caudillo como nombre para su caballo. Es que entra la ultraderecha en las instituciones y la brisa de la vanguardia me agita la melena.
Decía que la comunidad valenciana ha notado ya el aliento de la verdadera cultura en sus cogotes. De hecho, yo ya los he bautizado como «los literatos». Que dirán ustedes que por qué. Pues por su impecable estilo al plasmar, negro sobre blanco, los cinco ejes estratégicos en los que se basará su política.
Los literatos han logrado un ejercicio sinóptico solo al alcance de grandes plumas como Quevedo. Una concreción encomiable, oigan. Y aprovecho para jurar que todas las palabras de este párrafo son bonitas. Les resumo intentando imitar tan elevado estilo:
- Libertad, para poder ser libres.
- Economía, para impulsar la economía.
- Sanidad y servicios sociales, para tener sanidad y servicios sociales.
- Señas de identidad, para recuperar las señas de identidad.
- Familias, para apoyar a las familias.
Si no han visto la imagen gráfica de quienes plasmaron ese acuerdo, yo se la describo. Ninguno de los allí presentes ha pisado un ginecólogo salvo para acompañar a su esposa a ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, lo siento, no puedo. Ninguno de los allí presentes ha pisado un ginecólogo. Punto. Creo que no veía una imagen de políticos cien por cien machunos desde los tiempos de la UCD. Solo me faltó un filtro de efecto retro para culminar esta distopía hacia la que estamos viajando desde hace ya unos años.
Los literatos han prometido aires de cambio. Supongo que se referirán al cambio de pagar las cañas en los bares, porque antes del Botànic llevaban 20 años al mando. O sea, que en realidad han prometido aires de regreso, ya saben: el aeropuerto del abuelito, cómo os ponéis por un par de trajes, el caloret faller, yo he venido a la política para forrarme, Ricardo ‘O sssssea’ Costa, los amiguitos del alma, la Gürtel, un circuito de Fórmula 1 y todas esas maravillas con las que el PP regional y municipal supo colocar a la región como líder de un montón de cosas.
Pero los literatos son vicecampeones en esto de unir derechas, porque los primeros, los pioneros, the one and only, son a los que he dado en llamar los inauditos. Los inauditos gobiernan Castilla y León y nos llevan regalando titulares desde que Moñeco renovó la presidencia y Gargamel alcanzó la vicepresidencia. Pasear con casco de moto bajando de un coche, hablar de ecografías en 4D en semanas de embarazo en que aquellas no tienen sentido o insultar a una compañera en la Asamblea son solo tres de las ocurrencias del personaje más inaudito, con perdón, que ha pisado jamás un parlamento.
Llamo así a los inauditos porque esta misma semana Francisco Igea utilizó este adjetivo para calificar el desconocimiento de ciertos protocolos entre los gobernantes del PP y un diputado se revolvió diciendo: «El otro día [nos llamó] «fascistas» y hoy, «inauditos»». Se lo juro a ustedes, hay un vídeo.
Lo dicho: conocer un poquito mejor el castellano nos evitaría estos sonrojos. Ya que no van a hacer nada por los ciudadanos de más abajo de la pirámide, al menos estaría bien que cuidaran, qué sé yo, las señas de identidad que pretenden proteger. No les pido ni progreso: les pido coherencia. Literatos, inauditos y a saber qué otros traen tiempos curiosos en los que el PP necesita una alianza inquebrantable con Vox.
Me refiero al diccionario.
Un comentario
Marta
Qué gusto da leerte, aunque sea describiendo este horror en el que nos estamos metiendo sin querer/queriendo.