Hubo un tiempo en el que los ventrílocuos fueron lo más en este país. Era una forma de hacer humor ciertamente chusca, como lo fueron, después o quizá a la vez, los imitadores de famosos. Unos y otros me han resultado siempre demasiado cargantes, y quiero pensar que su tiempo de gloria ya pasó.

A los segundos solo les concedo el talento de saber copiar voces, gestos o circunloquios del imitado en cuestión, pero la gracia no se la encuentro. Al supuesto cómico se le nota el movimiento de su aparato fonador: ¿quién no se pasaba todo el sketch mirando fijamente al ventrílocuo en lugar de al muñeco? En aquel tipo de humor ciertamente desfasado, el cómico en cuestión decía a través de un muñeco lo que bien por decoro, bien por censura, prefería callar.

Dice Miguel Ángel Rodríguez en su biografía de Tuíter que le entristece el cada vez más bajo nivel de la vida pública española. ¿Qué querrá decir con «vida pública»? Sospecho que es una forma no demasiado acertada de referirse a la política, aunque no sabría decirles. Pero no deja de ser paradójico que justo él hable del empobrecimiento de esa vida pública.

Hablar de MAR es procedente porque es un ventrílocuo en toda regla. Quizá sea su muñeco, que cambia según la etapa artística que atraviese, el que diga lo que él no se atreve a expresar abiertamente.

En las sombras se vive muy bien, en las sombras se hace de todo. La zona de confort de Miguel Ángel Rodríguez, ese propagandista de voz atiplada que odia que conduzcan por él, está en las sombras. Quizá es por estas dos características que menciono, o quizá hay otras. Ya fue poniendo palabras en boca de Aznar quien, por cierto, habría hecho un gran ventrílocuo dado su inconmensurable talento para bloquear los labios. Ahora, MAR ha creado el ayusismo, esa forma extrema de malismo.

Miguel Ángel Rodríguez habla a través de su muñeca; tanto, que a veces mueve demasiado la boca y se le nota el truco. Como, por ejemplo, cuando le dijo a la presidenta que dijera que la justicia social es un invento de la izquierda. Convendría, antes de soltar la parrafada, comprobar que ese concepto ya lo mencionó por boca de Díaz Ayuso en su programa de 2021 (ay, esa memoria).

El ayusismo huele a victoria aplastante, pero es un cráneo vacío donde las palabras suenan porque rebotan contra las paredes óseas que delimitan el espacio que debería ocupar un cerebro. También es la exaltación del alcoholismo. Vivan los bares abiertos en plena pandemia, vivan las cañitas al salir del trabajo. El alcohol que tanto y tan bien glorificó Mario Vaquerizo en aquel anuncio infame. Hace menos de cinco meses, pero parece que fue hace una vida.

¿Qué más es el ayusismo? Macarrismo, el ayusismo es macarrismo. Es presumir de no ir a los debates, de mandar a los suplentes en tu lugar, de enviar sobres con la palabra «libertad» y el resto de la hoja en blanco porque sabes que no necesitas absolutamente nada para ganar.

Nunca hubo una identidad madrileña, por mucho que se empeñe en demostrar la presidenta: tomar cañas, ir con prisa y pasarse horas metido en un atasco no es una personalidad. Pero alguien le dijo que se marcara una falsa madrileñidad y a muchos de mis conciudadanos les ha calado la idea. Lo que sí es un tópico madrileño (que en absoluto comparto, dicho sea de paso) es la chulería desagradable, como exhibiendo algún tipo de superioridad, y esa sí la personaliza la presidenta a la perfección.

El ayusismo también tiene su poquito de negacionismo cuando conviene. Negacionismo climático y negacionismo de tu padre y de tu madre si con eso arrasas en las elecciones. Y contratismo. No olvidemos que el ayusismo es contratismo. Contratismo y comisionismo. Votantes del PP ganando 15.000 euros al año aplauden con las orejas que se les baje medio punto el IRPF mientras el hermano de la presidenta se embolsa veinte veces ese salario en una sola llamada de teléfono.

Pero el epítome del ayusismo, lo que lo resume todo, es una oreja. La oreja derecha de Ayuso, siempre tapada por una cortina de pelo, que su propietaria se empeña en tocarse constantemente, como acomodando algo. Ayusismo es, por encima de todo, Ayuso estando más pendiente de su oreja que de todo lo demás. Como si estuviera sorda y se ajustara el sonotone, o como si a través de ella le llegara la voz de su ventrílocuo. MARicarmen tuvo otros muñecos en el pasado; ahora, renacido, como si la ventriloquía viviera una segunda edad de oro, ha conseguido encumbrar a Doña Rogelia.