Los pájaros
Alfred Hitchcock, maestro del suspense, puso nombre a un elemento habitual en sus tramas: el macguffin. Lo llamó así como lo pudo haber llamado de otro modo, porque lo importante aquí es que un macguffin hace avanzar la trama, pero en sí mismo es absolutamente irrelevante. Es decir, el macguffin es un catalizador de la acción, lo que impulsa a los personajes y la historia misma. Al principio parece importante y justo por eso existe: para que nos centremos en él, para que nos despistemos, para que el final nos sorprenda. En Los pájaros, el macguffin es el pájaro que Melanie Daniels, el personaje principal, logra encerrar entre barrotes.
Vienen al caso Hitchcock y su macguffin porque este hombre fue un abusador físico y psicológico de mujeres y un acosador sexual. Tippi Hedren, la actriz protagonista de Los pájaros, contó en sus memorias cómo el director, un hombre casado, intentó besarla en un coche, se bajó la bragueta delante de ella en un rodaje para que mostrara estupor, le envió a la niña Melanie Griffith un pequeño ataúd con una réplica de su madre dentro y yo no recuerdo cuántas barbaridades más. «Esas cosas no se denunciaban en los años sesenta», explicaba en su autobiografía.
Vivimos tiempos raros y tristes. Raros porque, aunque parece que el feminismo ha avanzado más que nunca, hay más machistas que nunca, o los vemos más. Tristes, porque yo al menos tengo la sensación de que no me quedan asideros a los que sujetarme. No si vienen de hombres.
Ayer muchas mujeres sentimos un duelo interno que comenzó por un estado de shock y fue convirtiéndose en otras cosas. Les confieso que la noticia de la que todos hablan hoy me zarandeó por dentro. Luego me impidió dormir. Esa falta de sueño casi acaba con mi rutina diaria de ir al gimnasio, pero por fortuna la tristeza que provocó el insomnio se ha convertido en furia y con esa furia he levantado más kilos que nunca.
Odio que la rabia se apodere de mí, pero tengo demasiadas preguntas y, de puro obvias, se van enquistando y me están infectando el alma. ¿Por qué, si se sabía, se calló? ¿Qué hacía una diputada de la Asamblea de Madrid encubriendo a quien, a todas luces, parece haber devenido en un depredador sexual que se ha sentido impune mientras subía a la tribuna a hablar de aliadismo, de feminismo, de salud mental? ¿Cuánta gente estaba en esto y cómo no lo expulsaron? ¿Hubo siempre un monstruo dentro de Íñigo Errejón, lo sabían sus compañeros de universidad y cofundadores de partido? ¿Es que queda algún hombre en el que confiar?
Yo ya no soy la que era hace cinco, quince o veinte años. Me reinvento casi cada día, aparto resabios machistas casi cada día, evito comportamientos que antes no detectaba casi cada día. Me reconstruyo, me rehago, me reviso. No queda otra. En paralelo, conozco a un buen puñado de hombres que se dicen feministas porque llegaron al feminismo de hace treinta años y no se han movido de ahí. Esos pretendidos feministas te hablan sin sonrojo de feminazis, por ejemplo; comparten fotos de mujeres desnudas y, cuando no miramos, sueltan la lengua a gusto entre carcajadas y testosterona con sus compañeros también feministas de puertas afuera. Son muchos: nos rodean. Y hoy, mi tristeza me hace repetirme si no serán todos.
Los pájaros fue un rodaje terrible para Tippi más allá de la trama. Tuvo que soportar a uno de los más respetados torturadores de mujeres. Pero de eso hace ya más de sesenta años. Estamos en 2024 y ya no nos podemos fiar ni siquiera de quienes nos apoyaron porque a la vista está que lo hicieron de boquilla, de quienes caminaron a nuestro lado mientras, cuando no estaban a la vista de nadie, nos destruían. ¿No les daba nada por dentro? ¿No se miraban al espejo y se avergonzaban de haberse convertido en aquello de lo que abominaban en público? ¿No se repugnaban?
Como daño colateral, porque a mí hoy me duele el nosotras y nada más, el daño a las ideologías más cercanas al feminismo, al menos sobre el papel. Hoy verán a esa derecha que vive el machismo sin complejos echada a los montes y convertida en el aliado supremo durante, no sé, unos días. Los que dure la caza a la izquierda. La derecha nunca nos ha considerado. No a la izquierda: a las mujeres. Somos el florerito, el trofeo, la muñeca hinchable que pasean para envidia de los demás; y si no somos las charos, las jéssicas, las viejas o los pibones. No les importamos una mierda salvo cuando hay que lanzar proyectiles al enemigo ideológico. Hoy, de repente, la derecha, esa caverna a reventar de caspa, habla de machismos y violencias. Es su excusa barata, como lo son las violaciones para orear su racismo en la ventana, a golpe de sacudidor.
De ellos hace tiempo que no espero nada bueno. Pero he descubierto que los pájaros, esos animales que vuelan plácidamente y nos despiertan con sus trinos dulces, también atacan cuando nadie los ve. Atacan en solitario, sin ojos que los escruten, o en manada, con la connivencia de compañeras —sí: compañeras— que ponen el bien del partido por encima del de muchas mujeres. Hoy he comprendido que el encubrimiento no era solo cosa de curas. Hoy quiero vomitar de asco.
‘Pájaro’ es una palabra polisémica. Además de un ave pequeña, de las que gorjean y nos deleitan en las primeras horas del día, también es, lo recojo de la RAE, todas estas cosas: una persona astuta y con pocos escrúpulos, un pene en su acepción coloquial, y un hombre que es especialista en algo, sobre todo en política. Cuántos pájaros alrededor. Y, como Tippi, no sabemos dónde escondernos porque todos vienen contra nosotras. Nos creímos argumento y solo éramos macguffin.